CRÍTICA
'Veneno' 1x02: El mundo sigue siendo peligroso (y había que contarlo, así)

Marcos Sotkovszki en 'Veneno'

Laura García Higueras

Han pasado tres meses desde que Atresplayer estrenara el primer episodio de Veneno, y este domingo llega por fin el segundo. La espera se ha hecho larga. La ficción creada y dirigida por Javier Calvo y Javier Ambrossi cimentó sus bases entonces, inundando sus casillas de salida con verdad, emoción y una reverencia a su protagonista, Cristina Ortiz, pero no por hacer trampas, idealizar ni justificar, sino todo lo contrario. La serie infiere respeto por la que fuera “la travesti más guapa de todo España”, como la describen sus amigas, a través de una mirada que reivindica que lo invisible inspire, y que lo marginado exista.

Los Javis han apostado por una protagonista alejada de normas y cánones; por una persona que tuvo que hacer frente a su condición de 'diferente'. Y ojo, la supremacía de quien se permite decidir qué lo es, es la causa de formas de odio como la homofobia, la transfobia, la bifobia y el racismo. Son quienes se permiten tachar de enfermos a quienes no piensan ni son como ellos. Insultarlos, humillarnos, agredirlos. Matarlos. Y lo 'otro', mientras tanto, el único 'pecado' que comete es ser quien es.

Para continuar y ampliar el mensaje de igualdad, normalización y aceptación de Veneno, sus artífices siguen combinando dos líneas temporales. La que en el presente da voz la joven Valeria, admiradora de Cristina y que quiere iniciar su transición de la mano del propio icono; y la de la vida de Ortiz, que ella misma relata viajando en los diferentes capítulos de su existencia. Si en la primera entrega conocimos cómo se gestó su irrupción en televisión, en la segunda le ha llegado el turno a su infancia, a su relación con su madre y lo que supuso para ella crecer en un pueblo almeriense donde, a los siete años, escuchó por primera vez la palabra maricón sin tener ni idea de lo que significaba.

“Es bonita mi historia, ¿no?”

La preocupación por lo que vaya a quedar de nosotros cuando no estemos es un miedo compartido por muchos -dejar constancia de cada cosa que hacemos en Instagram es una clara muestra de ello-. La necesidad de transcender, de asegurarnos mirar hacia nuestros pasados con orgullo en el futuro. El qué dirán hoy, mañana y al otro. El apego a las fotografías como cápsulas del tiempo de segundos que gracias a ese “click” retendremos para siempre.

La Veneno lo refleja en su narración mientras Valeria toma notas para su libro. “Es bonita mi historia, ¿no?”, quiere saber, preocupada. El proyecto de novela existe porque la joven ha sido animada por su profesora del colegio a escribir. Una figura que se repite en otros personajes de la serie, los mentores -y casi ángeles de la guardia- que aparecen para decirnos que lo que nos han hecho creer que está mal, no lo está. Que no damos “asco” ni somos “peligrosos” por no ser como los demás, o lo que muchos aparentan ser. Una misión que a la vez cumple la propia serie y que pone en evidencia lo necesarias que son las historias que no se conforman con hablar de una única parte de la población mientras perpetran que la otra sea siempre 'la otra'. Una razón de ser que no puede pasarse por alto en un día como el Orgullo, y que debería estar presente siempre.

Conocer permite entender, generar empatía. Pero no desde discursos paternalistas, sino los que ponen en el centro a aquellos de quienes se está hablando. Los que preguntan a quienes tienen las respuestas. Los que no se permiten la licencia de hablar por otros, si no que les entrega el micrófono. Un acto que por obvio que pueda parecer, no siempre es así. Muchos son -podemos comprobarlo en el Congreso con referencias a familiares de víctimas de ETA, de mujeres maltratadas y asesinadas por violencia machista, por citar dos ejemplos- los que se creen con la protestad de apropiarse de las realidades de los otros. ¿Acaso que les pertenezca a ellos mismos no es suficiente? ¿No será mejor que puedan alzarla sus protagonistas?

Por ello han optado los Javis. Y lo hacen hablando de aspectos y experiencias vitales. Apelan a sentimientos, miedos e ilusiones que compartimos las personas por el hecho de serlo. Como por ejemplo, la importancia del amor de la familia, y en concreto de una madre. El dolor que puede causar no tenerlo y la absoluta felicidad que implica disfrutarlo. Entre medias hay matices, claro. Pero el amor está por encima de la ideología. Lo universal establece puntos de encuentro, de entendimiento y de comprensión. De cariño, incluso. Y una serie como Veneno, demuestra con creces la capacidad de la ficción de generar puentes, romper barreras, crecer y enamorar. Rendir homenaje no tiene por qué estar acompañado de glamour, elogios y palabras bonitas. Poner sobre la mesa y condenar con verdad y no elocuencia que el mundo sigue siendo peligroso para muchos, sí.

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