Crítica Vertele

'Bonding', una comedia sadomasoquista con latigazos de humor y azotes de frivolidad

Bonding

Juan Ignacio Rodríguez

'Bonding' ha sido uno de los estrenos más destacados de Netflix esta temporada. Esta comedia negra, creada por el actor Rightor Doyle, cuenta la historia de Pete Carter (Brendan Scanell), un joven que cambia su trabajo de camarero por un puesto como asistente de dominatrix tras la tentadora oferta de su amiga Tiffany May (Zoe Levin), propietaria y jefa de una mazmorra BDSM.

La serie ha cosechado buenas valoraciones por parte de la audiencia, aunque también ha recibido críticas por parte de trabajadoras sexuales y dominatrix reales en Estados Unidos, tal y como ha recogido el medio IndieWire.

Universo inverosímil, pero efectivo

Lo primero que llama la atención de este proyecto es la temática que envuelve la trama. Cuero, cuerdas, máscaras, látigos, dominantes y dominados son algunos de los elementos estereotípicos que configuran el ideario del mundo sadomasoquista.

Una mazmorra con moqueta de pelo rosa, paredes fucsias y juguetes sexuales expuestos como trofeos aparece en los primeros fotogramas para dejar claro que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Para continuar con el delirio, la dominatrix Tiffany, una de las protagonistas, cuenta con un cliente que vive en su casa. Es un sodomita musculado que hace de mayordomo y que le limpia la casa, le plancha la ropa o le hace la cena. Ella, a cambio, le grita, le humilla o le agrede de vez en cuando.

Todo esto, sumado a la propia acción dramática, configura un entorno irreal pero bastante divertido, donde el humor brota y florece con múltiples gags y situaciones bastantes surrealistas.

Una futura psiquiatra que necesita terapia (urgentemente)

En medio de este cóctel molotov aparece Zoe Levin en el papel de Tiffany May. Una joven estudiante de Psiquiatría que alterna los libros con el látigo para sufragar sus estudios y su apartamento. Una mezcla, ya extraña de por sí, que termina de perder cualquier atisbo de verosimilitud conforme avanza la trama.

Tiffany resulta ser dominatrix dentro y fuera de la mazmorra. Su actitud y sus aires de superioridad azotan a cualquiera que se digne a acercarse a ella, ya sea en el aula o en una cafetería. Cuando se enfunda el corsé, que no es de su talla, ya se vuelve insoportable.

Ama May, como la llaman sus clientes, es experta en torturar a todos los presentes solo con su presencia. Trata a sus dominados como una especie de pozos en los que verter sus frustraciones, como si inflar a zurriagazos a un empresario de mediana edad fuese un ejercicio destinado a reducir el estrés.

Además, Tiffany es una chica con mucho gusto. En siete capítulos de más o menos 15 minutos le da tiempo a lucir un sinfín de modelitos que te hacen dudar si estas viendo una serie sobre sadomasoquismo o un showroom de Atsuko Kudo.

Pete Carter, la mirada inocente

Para que el personaje de Tiffany funcione necesita tener a su vera a alguien que compense su antipatía. Ahí es donde entra en juego Brendan Scanell en el papel de Pete Carter, un joven camarero gay que abandona la barra para iniciarse como asistente de dominatrix.

Al principio, Carter se muestra sorprendido ante el nuevo mundo que se abre ante sus ojos. El recién iniciado en el BDSM tiene que adaptarse a su nuevo oficio, pero también a la forma de ser de su vieja amiga del instituto que vuelve a su vida látigo en mano y reconvertida en empresaria del sado.

Carter tiene que alternar su nuevo oficio con su sueño: ser monologuista. Su soltura frente a los clientes en la mazmorra le ayudará a alcanzar su objetivo vital, despojándose de sus miedos iniciales. También deberá vencer sus inseguridades para encontrar el amor, algo que Tiffany también intentará y que les ocasionará alguna que otra disputa.

¿Era necesaria la reivindicación social?

Rightor Doyle, que ha confeccionado este microrrelato sadomasoquista, emitió un comunicado vía redes sociales en el que defendía que su proyecto pretendía mostrar y apoyar diversas realidades sociales entre las que se encuentran la defensa de la feminidad o la sexualidad frente al patriarcado, entre otros.

Un alegato que bebe de múltiples movimientos sociales actuales perfecto para publicitar una serie, pero que se convierte en un discurso entretenido e insustancial a partes iguales cuando se traslada a la pantalla.

En la ficción, este mundo de parafilia queda reducido a la supuesta experiencia real del creador. El público, inicialmente inexperto en estas prácticas, obtendrá una visión edulcorada del oficio de dominatrix y de todas las personas y elementos que gravitan a su alrededor.

Recomendable, a pesar de las críticas

Lo mejor, o lo peor, de esta desfiguración almibarada es que marida correctamente con los personajes y las acciones establecidas. Lejos de todo realismo, todo conjuga una especie de realidad alternativa que, enfrascada en capítulos de aproximadamente 15 minutos, es una de las mejores ofertas de la plataforma para darse un atracón.

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