Crítica Vertele

'Esta mierda me supera', la comedia negra adolescente que tiene todo lo que a 'Stranger Things' le falta

'Esta mierda me supera', la comedia negra adolescente que tiene todo lo que a 'Stranger Things' le falta

José Antonio Luna

Stranger Things es la pepita de oro de Netflix. Fue junto a Narcos de las primeras series en convertirse en emblemas de la compañía, esas que arrastraban a miles de suscriptores porque eran sinónimo de una experiencia solo disponible en la plataforma de la gran N roja. Sin embargo, ya va camino de su cuarta temporada y, aunque todavía ofrece exactamente lo que promete, a la fórmula narrativa se le empiezan a ver las costuras.

Las aventuras de Eleven mantienen su espíritu, pero a estas alturas se antojan repetitivas y complacientes. Hay que encontrar nuevos referentes, y por eso Esta mierda me supera se ha situado en el punto de mira de todos aquellos hastiados con serie de los hermanos Duffer. No es que pretenda ser un relevo, ya que los conflictos abordados y la forma de plantearlos distan mucho entre ambas, pero es imposible negar ciertos paralelismos.

De hecho, no es gratuito que los productores de Stranger Things se hayan unido con Jonathan Entwistle, director The End of the F *** ing World, para intentar repetir el éxito de aquella serie basada en un fanzine homónimo creado por Charles Forsman. Ahora intentan repetir la jugada con otra historieta del mismo autor que, además, se centra en el mismo tema: las frustraciones de ser un adolescente incomprendido y aislado por la sociedad.

Sophia Lillis (It) interpreta a Sydney, una joven que empieza a escribir un diario para desfogarse de sus problemas. La reciente muerte de su padre, los problemas para relacionarse en el instituto, las inseguridades sobre su propio cuerpo… La protagonista es el reflejo de una generación que intenta sin éxito encontrar el cauce de la vida. Todo ello, además, subida en la montaña rusa de emociones que es la pubertad.

Sin embargo, a sus conflictos se suma otro: descubre que puede mover y destruir la materia con psicoquinesis. Le ocurre de forma espontánea cuando se siente débil o atacada por los demás, lo que da lugar a una serie de situaciones incómodas e incluso peligrosas. Lejos de ser una virtud, la habilidad supone otra debilidad añadida a la personalidad de Sydney, algo que recuerda en cierta medida a la Carrie de Stephen King.

Se distancia de esta forma del prototipo de superheroína, como puede ser Eleven, que representa la estructura clásica de aprender a utilizar sus habilidades para luchar por el bien. Aquí Sydney no comprende lo que ocurre y a priori tampoco tiene demasiado interés por hacerlo. Lo que al final le preocupa es sentirse integrada en un entorno que continuamente rechaza lo que es.

La música como elemento dinamizador de las escenas, el humor negro y explícito de Sydney similar al de Alyssa, la voz de la protagonista como narradora… El tono de The End of the F *** ing World está presente a lo largo de todos sus capítulos, también presentados en minidosis de 20 minutos. Pero hay diferencias. Aquí no encontramos un homenaje al género road movie, inteligentemente planteado para mostrarnos a James y Alyssa como los Bonnie y Clyde o las Thelma y Louise de una nueva generación.

Esta mierda me supera está más interesada en abordar el tránsito a la adultez de una forma más bien pesimista, como una etapa llena de frustraciones producidas por los cambios físicos y mentales. Podríamos decir que se sitúa a medio camino entre El club de los cinco (1985) y Kids (1995), entre la reproducción de unos roles prototípicos marcados por el cine de adolescente y la desmitificación de temas como las drogas o el sexo.

La naturalidad como norma

Uno de los principales puntos a favor de The End Of The F***ing World era su capacidad para abordar temas contemporáneos, como el ‘no es no’ en las relaciones sexuales o la reivindicación en la naturalidad de la menstruación. Con Sydney sucede algo parecido. Su postura frente a las relaciones amorosas controladoras como la que sufre Dina, su mejor amiga, sirve para llamar la atención sobre actitudes machistas que han sido normalizadas a lo largo de la historia.

En este sentido, y precisamente gracias a la relación con Dina, la serie también hace gala de una buena demostración de sororidad. Al igual que ocurre en series como Carole y Tuesday, las diferencias entre ambas amigas no se convierten en barreras, sino en engranajes que se unen a la perfección para combatir las adversidades del día a día. La compañera de Sydney es igualmente un pilar que le empuja fuera de su zona de confort sin hacerle sentir incómoda. Lo único que pretende es hacerle abandonar sus inseguridades.

A medida que se descubre a sí misma, nosotros descubrimos su lugar en este mundo. Y es importante, porque al principio todo lo que le ocurre, ya sea en el ámbito familiar o el amoroso, está bañado por la impotencia de unas dudas imposibles de verbalizar. Al final, comprendemos el porqué.

Aun así, no solo de tristeza se nutre la serie. Existen algunas diferencias clave con la historieta original de Forsman que, aunque no vamos a comentar para evitar spoilers, sí podemos decir que ayudan a disminuir la carga dramática presente en las viñetas. El resultado es una miniserie que puede ser consumida en poco más de dos horas y que, al igual que ocurría con la primera temporada de The End Of The F***ing World, aporta aire fresco a un género que va más allá de la lucha contra demogorgones

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