Crítica Vertele

“La sala”, un thriller que dosifica bien las pistas pero con estereotipos que sobran en la era del me too

"La Sala", cuando la ficción se limita a alimentar estereotipos sin cabida en la era Me Too

Laura García Higueras

Un hombre recoge sus pertenencias en una comisaría de policía. Abre el cajón de su escritorio y saca una pistola. Se incorpora y sale con ella en la mano hacia un pasillo. Antes la carga, con el brazo en alto, dejando que sus compañeros lo vean. Algunos le miran sorprendidos, pero nadie se inmuta. Él camina hacia una sala donde le espera otro hombre que le reconoce. Le apunta con el arma, y dispara. En la cabeza. Se arrodilla en el suelo con las manos en la cabeza y espera a ser detenido.

Así da comienzo el primer episodio de La Sala. La serie creada por la FORTA disponible en España en HBO desde el 1 de febrero. Sus ocho capítulos, co producidos por Isla Audiovisual, Funwood Media y Can Can, han sido rodados en Canarias y creados por Manuel Sanabria y Cérsar Arriero. Francesc Garrido (Sé quien eres), Goya Toledo (El desconocido), Raúl Prieto (La señora) y Natalia Rodríguez (Sé quien eresEl desconocidoLa señoraTraición completan el cuarteto protagonista en el que no todos están igual de acertados.

Hasta aquí todo bien. Un inicio desconcertante del que se espera que poco a poco se vayan a ir despejando las dudas sobre el motivo el crimen y la relación entre víctima y asesino. Y así va ocurriendo, al tiempo que se plantean nuevos interrogantes mediante numerosos flashbacks. El primer capítulo de la ficción introduce otro caso policial, que desgrana una red de trata de adolescentes. También se anticipan enredos amorosos, sirviendo al público la incertidumbre en bandeja.

Trama policial y entrevistas en la sala de visitas de la cárcel

Francesc Garrido interpreta a Yago, el asesino que decide contar su historia a una periodista llamada Sara (Rodríguez). Desde la cárcel, la convoca para que sea ella quien grabe un documental con toda la información que le proporcione. La reportera accede a la propuesta, y se adentra en la prisión cámara en mano para interrogar al protagonista.

A partir de su conversación se realizan viajes en el tiempo con los que poco a poco le va relatando los hechos acontecidos antes del homicidio. Luis Corbalán (Raúl Prieto), la persona a la que termina asesinando, fue su compañero de ruta, y también con quien se compitió por el amor de Lola, la jueza a la que da vida Goya Toledo.

“¡Qué buena está la hija de puta!”, es el primer comentario que se dice sobre ella en La Sala, tras una conversación en la que los dos agentes le cuentan cómo solían gestionar las pistas y resoluciones de los casos con el anterior magistrado. Lo que parece que es una charla en la que la ella deja clara su posición, rechazando las prácticas poco éticas de su antecesor, termina por ser el anticipo del íntimo vínculo que se establece entre ellos.

En su siguiente aparición, viste una camiseta abierta y prepara el desayuno tras -imaginamos- haberse acostado con Yago. Minutos más tarde, mediante otro flashback, se muestra que no sólo se lía con el personaje de Garrido, sino también con el de Prieto, al que acude a ver al hospital cuando este es atropellado por un coche, y le recibe con un beso en la boca.

Las mujeres, una vez más, condicionadas por su sexo

Aquí es donde sale a relucir uno de los puntos flacos de la producción: el tratamiento de los personajes femeninos. Lola es presentada en cámara con un travelling que recorre si silueta de espaldas empezando por los pies y ascendiendo hasta la cabeza, mientras ella sube una escalera. Como si su cuerpo fuera un maniquí expuesto es un escaparate.

Y además, por la parte que concierne al guion, tenemos a una mujer en alto cargo que -cómo no- ha podido llegar ahí a base de acostarse con quien haya hecho falta. Acción que repite con los dos policías (Yago y Luis) de los que saca información y se mantiene al día del avance de los casos mientras pasa las noches en sus camas.

Tampoco habla bien sobre el funcionamiento del sistema judicial o los departamentos de policía, que parece que no pueden hacer justicia y llevar los casos a buen puerto sin conquistar a la jueza de turno que pueda interponerse en su camino.

La otra mujer “protagonista” es Sara, la periodista a la que Yago decide contar lo que pasó. El espectador formulará a través de ella sus preguntas para entender qué llevó a este inspector a matar de un tiro a su ex compañero y amigo. Aquí podría mejorar los papeles femeninos de la serie, pero no. Su labor es convertirse en la marioneta de lo que el comisario quiere contar o callar, al ritmo que él decide, y con alguna que otra frase grandilocuente de más.

El ambiente carcelario es hostil para la joven, que desde que entra recibe la atenta mirada de los presos. El policía que acompaña a su entrevistado está estereotipado como chulo. Masca chicle con la boca abierta y solamente se dirige a ella para soltar comentarios de “machirulo”. “Súbete la bragueta que nos vamos”, le dice a Yago cuando se termina su tiempo de visita en el primer encuentro en la cárcel entre ambos.

Buen punto de partida, tibia resolución

Los creadores de la serie definieron la ficción en su presentación como un “producto artesanal”. Su factura es notable, ha sido rodada íntegramente en Canarias y forma parte del catálogo producido en España de HBO en nuestro país, a la espera de que llegue la adaptación de Patria. Tiene ritmo y una premisa que engancha, que lleva a querer dar respuesta a los interrogantes planteados. También el resultado del triángulo amoroso, y el devenir de los implicados en el caso policíaco sobre la trata con adolescentes.

Sin embargo, su resolución se pierde por momentos en quizás demasiados viajes en el tiempo. Los flashbacks son traídos al presente por el protagonista atendiendo a un orden determinado, que no está siempre justificado. Se ayuda de unos hologramas que describen la línea temporal a la que Yago accede en su relato a la periodista, pero que parecen extraídos del Minority Report de Steven Spielberg, solo que sin estar inscrita en el género de ciencia ficción.

Ahora bien, ¿es esta estructura la idónea para que el espectador se entere de lo que está viendo? ¿Depende excesivamente su comprensión de que la duda que se despierte en ellos coincida con la pregunta que vaya a plantear Sara en su entrevista? Es cierto que los capítulos tienen parte autoconclusiva, y que pensada para una cadena autonómica que emita un episodio a la semana sí es un punto a favor. De la audiencia dependerá decidir si quiere conocer el final del misterio, o si los aspectos que chirrían pesan demasiado como para no dejar pasar los 10 segundos en los que automáticamente comenzará el siguiente.

La sorpresa -o no- llegará en el inicio del capítulo posterior. En su primer plano vemos unas manos que extienden crema sobre una pierna desnuda de mujer. El plano se abre y quien habla es Sara. En ropa interior, conversa por skype con el que parece ser su jefe. “Ponte guapa” le recomienda para su próxima visita a la cárcel. “- ¿En serio?. - He sonado como un gilipollas, ¿verdad? - No, has sonado como un hombre. (se ríe). - Gracias por el consejo, no se me había pasado por la cabeza, jefe (en tono irónico)”.

Vaya, ¿será que también se tira a su superior? ¿Que las mujeres solo pueden conseguir lo que quieren dependiendo de su belleza? Parecía que esta concepción empezaba a ser un problema del siglo anterior, pero está claro que no.

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