Crítica
'Veneno' 1x03: el despertar sexual es una fuente de libertad y mucha luz

Veneno - Capítulo 3

Laura García Higueras

“Por mucho que probara sentía que me faltaba algo, hasta que llegó ella”. Y esa ella, para la Veneno, fue Paca la Piraña. La primera mujer transexual que vio sobre un escenario provocando que algo explotara en ella misma, que la ebullición de dudas brotara para no volver a ser la misma, o quizás para ser ella misma para siempre. Atresplayer Premium estrena este domingo el tercer episodio de la serie creada por Javier Ambrossi y Javier Calvo sobre su figura. Un capítulo para el que ha habido que esperar casi tres meses, pero cuya espera, de nuevo, ha merecido la pena. Con él, la luz ha llegado a la ficción, bañada de aceptación, confianza y mucho placer.

A estas alturas las dos líneas temporales que vertebran la serie se tienen suficientemente dominadas como para dejarse embaucar y transitar por ambas: la que repasa la vida de la protagonista en los 90 y la que, entrado en los 2000, lidera una joven admiradora de Ortiz, para quien conocerla está siendo el mejor tratamiento para descubrirse, entenderse y disfrutarse. Como con gran atino apunta la introducción de la tercera entrega, ha llegado la hora de entregarse al despertar sexual. Clave para cualquier ser humano sobre la faz de la tierra, y también para las dos mujeres transexuales que lideran la producción. Un momento vital en el que hasta amasar pan con las manos desnudas puede resultar erótico.

Con él nos adentramos en una parte de la biografía de la Veneno menos conocida. En concreto, cuando ya fuera de su asfixiante pueblo, consigue cobijo junto a su hermana en la casa de una familia de Marbella. Aún llamada Joselito, consigue trabajo como peluquero y conoce al que será uno de sus grandes amores: Tomás. Él, aunque le corresponde, es en realidad el prometido de una de las hijas de su anfitrión. Pero su florecer, la dinamita cargada de hormonas y lo poco que en esa mesa se le mira o trata diferente, le llevan a ir a Torremolinos, y experimentar todo el sexo de golpe. “Hay que probarlo todo”, le dice una ya mayor Ortiz a Valeria en el presente, coincidiendo con el punto en el que ella, que ya ha iniciado su transición, no sabe si quiere hacerse la vaginoplastia. Tampoco nadie, más allá de la doctora que lo da por hecho, le ha preguntado.

“No eres más mujer con coño que sin coño”, le dice una de las amigas de la Veneno en una escena que les sirve para compartir su experiencia en torno a la cirugía. Paca la Piraña reconoce que “con un buen coño habría tenido más seguridad con los hombres”, y así, en un ambiente de absoluta naturalidad, intimidad y respeto, la serie convierte al espectador en uno más de una charla en la que se comparten miedos, dudas, preocupaciones, respeto y mucha libertad, que es sin duda uno de las piezas angulares de la ficción. Libertad para ser quien quieras ser, para dejarse ser, para conocerse, explorarse, conmoverse, hundirse y extasiarse. Una libertad que tiene como consecuencia sentirse de otra manera, más verdadera y fiel a lo que, bajo todas las capas de imposiciones sociales, prejuicios, inseguridades, obligaciones y exigencias, a veces cuesta acceder.

La sexualidad no es discriminatoria

Los dos primeros episodios, en los que se había puesto el foco en que lo invisible también inspira y lo marginado también existe; y en cómo el mundo sigue siendo peligroso y había que contarlo, se agradece este -no sabemos para cuánto- oasis de luz. Si bien es cierto que en ambos hubo resquicios, aquí se ha erigido como protagonista. Tanto por la alegría con la que la Ortiz del presente habla del viaje a Tailandia que le cambió la vida, sus primeras relaciones y su primera gran actuación; como por la de la joven Valeria que ha decidido dejar de esconderse. No es oro todo lo que reluce, claro, pero es fundamental mostrar que ningún camino es todo de rosas o todo de espinas.

La puesta en escena y fotografía acompañan, especialmente con unos planos secuencia que desde el comienzo imprimen ritmo, vitalidad y hasta saltos temporales en una sola toma. El rechazo, odio y repudio a lo desconocido y excluido ha dado paso a la confianza, la belleza y el orgullo. Y al deseo. Con unos vínculos ya estrechamente establecidos con los personajes, la mirada de admiración se ha transformado en la deseante, visibilizando que la sexualidad no discrimina por órganos genitales. Reprimirse lo único que genera es conflicto, ya sea con uno mismo o con aquel al que privas de aquello que quieras compartir, teniendo como posible peor consecuencia, la violencia.

También es importante no idealizarlo. Con cuanta menos frustración nos obliguemos a convivir, mejor. Aunque cada vez sea un concepto menos edulcorado en la pantalla -ya era hora de que quedara ampliamente de manifiesto que la ansiada “primera vez” es difícil que te cambie la vida, y no pasa nada- está bien insistir en que a las relaciones sexuales no son mitos.

Acaríciame es el título del capítulo con el que Veneno se ha dado más espacio para reírse, tomándose aun así igual de en serio. Incluso recordando el día en que Cristina le cagó a un hombre en la cara. Los Javis siguen demostrando que no solo la crítica y la denuncias son efectivas, conseguir iluminar, fascinar con miradas, cuerpos e historias diversas, también. Lágrimas y carcajadas comparten poder a la hora de calar, y si algo está consiguiendo la serie, es eso. Calarse hasta los huesos de la verdad y libertad de una mujer por la que no cualquiera habría estado dispuesto a apostar. Bendito envite.

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