Crítica Vertele

'Vida perfecta': Leticia Dolera retrata a las tres mujeres más reales, supervivientes y divertidas del año

A grito pelado. Al ritmo de Mónica Naranjo y desgañitándose “cantando” Sobreviviré. Dos amigas bailan y se desfogan en una fiesta de reencuentro de antiguos alumnos del colegio, casi veinte años después de terminar su etapa escolar. María está embarazada y se acaba de tirar a su amor de instituto en el gimnasio, mientras que Cristina, después de criar a dos niñas no quiere tener más hijos, engaña a su marido y se está dando cuenta de que ser la “madre perfecta” y ocuparse de todo, no le llena.

Esta escena de Vida perfecta resume muy bien el tono de la serie creada por Leticia Dolera que llega este viernes 18 de octubre a Movistar. Sus ocho episodios de media hora -uno de sus grandes aciertos- narran con naturalidad, drama, comedia y deseo la vida de tres mujeres en plena crisis vital propia de la treintena, en la que se replantean cómo han llegado al punto en el que están de sus vidas y cuál les gustaría, o no, alcanzar.

Aunque empañada porque la creadora prescindiera de la actriz Aina Clotet por coincidir el rodaje de la ficción con su quinto y sexto mes de embarazo, Vida perfecta demuestra con creces, en su visionado, estar llamada a ser la serie española del año, o al menos una de las más inteligentes, divertidas y reales. Todo ello con su retrato de la mujer, la amistad, la maternidad y el lastre en el que se convierte la proyección que tenemos -o nos inculcan- sobre nosotros mismos.

La ficción cuenta además con el aval de haber sido premiada en Cannes como la Mejor serie y la Mejor interpretación a sus tres actrices principales: la propia Dolera, Celia Freijeiro y Aixa Villagrán. Contó con su propia puesta de largo en España en el pasado Festival de San Sebastián, donde se emitieron todos sus capítulos de una única tirada. Una práctica que a muchos les costará no repetir cuando empiecen a verla.

Humor, deseo y dudas

Si hay algo que atraviese a todos los personajes de la serie, incluido el interpretado por Enric Auquer, con una discapacidad intelectual, es el deseo. El sexo es uno de los grandes protagonistas, y se agradece. Tanto por las escenas en las que se mantienen relaciones sexuales, con ellas como sujetos deseantes y no objetos deseados; y por lo presente que está especialmente la masturbación femenina.

Hartos de ver como tíos de todas las edades se hacen pajas en pantalla, aquí son ellas quienes frotan sus vaginas bajo las bragas para darse el placer que ansían. Y sin pudor. La sexualidad femenina se plantea aquí lejos del tabú que a menudo le acompaña. Al igual que en el caso de las personas con discapacidad, que también se acuestan, enamoran, consiguen valerse por sí mismas para vivir solas y ser padres.

Los primeros encuentros sexuales del trío protagonista en Vida perfecta son toda una declaración de intenciones. Cristina (Freijeiro) cumple con todos los requisitos y estereotipos que acompañan a la “madre perfecta”. Además tiene dinero, es buena en su trabajo como abogada y amiga incondicional. En su presentación en pantalla acude a la farmacia a comprar la píldora, antes de ver cómo en la siguiente escena su marido pasa cinco minutos por casa para echar un polvo -sin ningún tipo de perspectiva en resultar placentero- porque están intentando concebir un tercer retoño.

La segunda es Cristina (Dolera), con la que su novio de toda la vida (David Verdaguer) rompe cuando están a punto de firmar la hipoteca con la que iban a comprarse una casa. Ella, que contaba con un plan de vida en el que su máxima aspiración era casarse y tener hijos, ve como toda su idea preconcebida se desmorona. Su rutina se convierte en un mar de dudas, se va a vivir con su hermana Esther (Villagrán) y en un acto de “rebeldía” para demostrar que no es una “tiquismiquis” calculadora y obsesiva, se corta el pelo y se anima a probar las drogas. Con ellas acaba desinhibida en la fiesta de cumpleaños de la hija de su amiga Cris, se acuesta con su jardinero, que tiene una discapacidad pero en ese momento no se da cuenta, y se queda embarazada.

La tercera es Esther, a la que vemos follando con una chica, y despidiéndose sabiendo que no habrá una próxima llamada. Adiós compromisos, por el momento.

Y puestos a hablar de sexo sin tapujos, con relaciones que no siempre salen bien, variopintas y en colchones, coches que desatan el morbo para algunas de ellas y una colchoneta del colegio, merece la pena detenerse también en cómo ellas disfrutan cuando les practican y practican el oral. Decía Dolera en una entrevista con Vertele que al plantear junto a las otras dos directoras de la ficción (Elena Martín y Ginesta Guindal), las escenas de sexo y qué y cómo querían contar en ellas, apostaron porque “si nos gusta mucho que nos coman el coño, vamos a mostrarlo”. Y oye, bienvenido sea.

¿Quién quiere ser madre?

“A veces no soporto a mis hijas”. Cris, la “madre perfecta” osa pronunciar estas palabras en una discusión con su marido. Y esa osadía tiene que ver con la mirada sobre cómo la maternidad, como explicó también la guionista de Vida perfecta junto a Manuel Burque, es “una pregunta que a las mujeres nos atraviesa siempre”.

Quien se sincera al respecto es esa madre que llega a todo sin la ayuda del padre, va a recoger a las pequeñas, las viste, les da de comer, las lleva al médico, y además siendo “la mejor” en su trabajo, apañándose para no faltar a ninguna reunión o poner excusas lo suficientemente fiables. Por supuesto, su jefe -y la sociedad- le insisten en que se pida la reducción de jornada, en un intento por facilitarle que pueda ser capaz de llevar a cabo las obligaciones que le corresponden por ser mujer, con paternalismo, y sin ver que el verdadero problema es que tenga que hacerlo todo sola.

“Me paso el día haciendo renuncias”, explica otra madre en una conversación, “uno a dormir, otro a depilarme. Pero milagro: reducción de jornada. Tengo tiempo para todo y no me siento mala madre”. De nuevo el fantasma de la también renuncia a una carrera profesional en plenas condiciones, antes de incluir una atinada escena en la que el marido de una de las parlantes es quien se la ha cogido en casa y le dan un premio al Padre del Año. En su entrega le reconocen en tono irónico “el esfuerzo que te ha supuesto ayudar a tu mujer en las tareas que le corresponden (a ella)”.

Y puestos a celebrar los aciertos de esta serie, que vivan esas amigas que se quieren, apoyan y aceptan sin juzgarse. Como no hacemos, y otras tantísimas veces se han empeñado en hacernos creer.