Crítica Vertele

'El nombre de la rosa', una serie con más historia que la película pero sin su atmósfera imprescindible

'El nombre de la rosa', una serie con más historia que la película pero sin su atmósfera

Gabriel Arias Romero

Es evidente que la miniserie El nombre de la rosa, con ocho capítulos y 400 minutos de duración, tiene mucho más metraje para contar la historia que Umbero Eco escribió en 1980 y que Jean-Jacques Annaud llevó al cine seis años después. Pero esto que resulta evidente no está de más mencionarlo ya que es la principal característica de la serie que se estrenó este jueves en La 1 de TVE.

El actor John Turturro resulta creíble convertido en Guillermo de Baskerville, el fraile franciscano que investiga una serie de misteriosas muertes ocurridas en 1327 en una abadía del norte de Italia. El papel de Turturro no era fácil, pero más por sustituir a Sean Connery que por interpretar a un personaje complejo y lleno de matices. También está correcto Damian Hardung, que da vida al joven aprendiz Adso de Melk, el pupilo de fray Guillermo.

Pese a disponer de ocho 'minipelículas' para descubrir los enigmas que ocurren en la abadía, la serie que firma Giacomo Battiato no se anda con rodeos. Ya en su primer episodio se revelan pistas que incluso en la película se hacen más de rogar. En cambio, este exceso de información también le confiere ritmo y motivos para que el espectador quiera seguir el rastro de estas muertes que tienen desconcertados a los monjes benedictinos.

La miniserie a la que TVE ha confiado su noche de los jueves repara en detalles sobre los que la película pasa de largo pero que sí conocen quienes hayan leído la novela de Umberto Eco. La vida de Adso adquiere protagonismo, y también su relación sentimental con la mujer pobre a la que conoce en su viaje a la abadía. El sexo, la política y la violencia también están mucho más presentes en esta adaptación televisiva que, sin embargo, carece del principal elemento que caracteriza a la historia más popular del escritor italiano.

La miniserie de El nombre de la rosa no consigue recrear la atmósfera que podemos imaginar al leer la novela y que también se nos ofrece en la versión cinematográfica. Falta suciedad en las ropas de esta congregación de humildes franciscanos; la nieve permanece inmaculada y no se convierte en barro pese al trasiego de los monjes; sobra luz en el interior de la abadía; y los días son siempre soleados y de tiempo apacible.

El escenario y los edificios están bien conseguidos, pero carecen de esa pátina que nos permite viajar en el tiempo y sentirnos envueltos en el halo de misterio que acompaña a Sean Connery en cada escena. Quizá el ambiente vaya cambiando a medida que aumenten el suspense y la tragedia, pero es poco probable que estos descuidos que rompen el clímax vayan a ser tenidos en cuenta más adelante; son errores de una miniserie que, no obstante, atrapa, y lo hace porque tiene tras de sí una de las historias más intrigantes que se hayan contado.

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