Crítica Vertele

'Homecoming', la cura para la paranoia militar estadounidense

Julia Roberts es Heidi Bergman en 'Homecoming'

Francesc Miró

Después de vivir una guerra, nada vuelve a ser lo mismo. Bien lo saben los soldados norteamericanos que, tras servir a su patria, son destinados a Homecoming. Amable nombre para una institución que trata el estrés postraumático causado por la exposición al horror de un conflicto bélico.

Es el lugar en el que trabaja Heidi Bergman -Julia Roberts-, una asistente social que ayuda a los veteranos a volver a integrarse en la sociedad, dejando atrás sus demonios. Sin embargo, cuando años después de su paso por la institución un funcionario del Departamento de Defensa -Shea Whigham- la interrogue sobre sus funciones allí, Heidi empezará a sospechar que Homecoming era algo más que una pacífica empresa dedicada a la reinserción de soldados.

La nueva serie de Sam Esmail utiliza así los mismos ingredientes -eliminando el hacktivismo- que convirtieron a su Mr. Robot en serie de culto inmediato, pero combinados de forma diferente. La crítica al corporativismo y el mecanismo de la paranoia sirven para construir una ficción que le confirma como uno de los creadores más hábiles del mainstream televisivo actual en arrojar luz sobre los oscuros caminos del thriller moderno.

El enemigo en casa: paranoia por excelencia

La pecera de un despacho pulcramente decorado nos da la bienvenida a Homecoming. Un montaje poco sutil pero inteligentemente planteado nos enseña las instalaciones y a sus integrantes, vagando por sus pasillos y habitaciones sin una dirección concreta. Incapaces de comprender por qué están allí, pero tranquilos y cómodos en su situación. Como peces en una pecera.

Desde la primera escena del episodio piloto de Homecoming, Sam Esmail pone todas las cartas sobre la mesa. La extrañeza de todo lo que acontece dentro de las paredes de una institución que, supuestamente, ayuda a militares traumatizados, empapa cada diálogo y cada secuencia. Y a partir de entonces, su narrativa se dispara apuntando hacia distintos conflictos relacionados entre sí. Todos medidos en su exposición y elegantemente desarrollados.

El primero en golpear al espectador: la exploración de la paranoia como sistema de defensa del ciudadano moderno. Homecoming se plantea como un thriller en el que la amenaza que pesa sobre todos sus personajes es omnipresente pero de origen desconocido. Sin embargo, en un ambiente sanitario gobernado por grandes corporaciones farmacéuticas, ninguna teoría es descartable por disparatada que parezca. De eso se encargan Esmail y sus personajes, que conducen al espectador hacia lugares dónde la incomodidad hace que la conspiración parezca totalmente plausible, y hasta comprensible ante la dificultad de comprender todo lo que nos rodea.

El segundo: las consecuencias de un trauma innecesariamente creado. Homecoming no escatima argumentos en su discurso contra una intervención militar desafortunada, así como contra un sistema belicista ampliamente engrasado con propaganda que cambia hasta lo más íntimo de sus ciudadanos. Todo, narrado en base a una relación entre una mujer que quiere entender su pasado -una Julia Roberts increíble en su hieratismo- y un hombre que quiere olvidarlo -Stephan James sosteniendo con dignidad un personaje de pocos matices-. Mención aparte para un genial villano interpretado por Bobby Cannavale.

Ambos discursos estructurados, además, sobre una pirueta formal de lo más efectiva: dos líneas temporales diferenciadas por su formato y no por su contenido. Una con una puesta en escena de obsesiva rectitud y geometría. Otra grabada prácticamente de forma íntegra en un formato cuadrado 1:1, que acentúa la sensación de opresión en tiempos de Instagram, acercándose tanto a los rostros de sus personajes que asfixia.

Un conversación sobre thriller contemporáneo

conversación sobre thriller contemporáneo

Siempre es agradable descubrir cómo una serie, o una película, dialoga sin complejos con el audiovisual de su tiempo en lugar de querer enmendarlo herrando el tiro. Son ficciones que no se pretenden radicalmente originales y prefieren establecer relaciones con compañeras de género y estilo para hablar de la sociedad en la que se difunden. Y eso es, precisamente, lo que parece querer Sam Esmail con su nueva serie.

El creador de Mr. Robot ofrece en Homecoming un thriller que, más allá de algunas rarezas visuales, busca poner en contacto discursos diferentes. Tan pronto se acerca a un drama post-conflicto bélico como La escala de Delphine y Muriel Coulin, como extiende sus influencias hasta la intriga esquinada de la Vestida para matar De Palma o La conversación de Coppola -de las que utiliza canciones sin rubor-.

Y, sin embargo, a medida que avanza, el tono evoluciona de forma orgánica hasta convertirse en una especie de contrapartida de la reciente Maniac de Cary Joji Fukunaga. Una viaje a la psique de dos personajes condenados a entenderse, pero condicionados por un entorno cada vez más desquiciado.

La suma, en fin, se plantea como un thriller que se transforma en drama íntimo y no pierde fuerza durante el cambio. Más bien al contrario, apuesta por la emoción en dos episodios finales que elevan la propuesta con elegancia. Y todo, sin perder ni una pizca de estilo 'esmailiano'.

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