Crítica

'Justo antes de Cristo' se despide en su temporada 2 con sello, pero sin punto

'Justo antes de Cristo' - temporada 2

Marcos Méndez

Justo antes de Cristo es una comedia diferente. De hecho, es una comedia más que atípica. Cualquiera que ya haya visto su primera temporada sabe a lo que nos referimos, y los que vayan a asomarse a ella ahora que Movistar+ lanza su segunda tanda de capítulos, este mismo viernes 13 de marzo, se darán cuenta rápidamente.

Quedan muy atrás esas comparaciones que su punto de partida levantaron cuando se conoció el proyecto: “¿Una comedia de romanos? Será tipo La vida de Brian”. Como sus creadores y protagonistas nos aclararon entonces, tiene muy poco que ver. Y es verdad, porque es una serie con sello propio. Otra cosa es cogerle el punto.

Ya entonces calificamos esta ficción como “la comedia de Movistar que no busca la risa”, y en esta segunda temporada mantiene una continuidad en ese sello. Algo lógico teniendo en cuenta que las dos temporadas se rodaron juntas, hace ya un año, y que por supuesto siguen a cargo de los creadores Montero y Maidagán, encargándose de la dirección Nacho Vigalondo (en vez de Borja Cobeaga) y el mismo Pepón Montero.

Esta segunda temporada se presenta en seis episodios de 25 minutos de duración producidos por Movistar+ en colaboración con La Terraza Films. Y aunque la continuidad es lo más relevante en el tono de su humor, la novedad hay que buscarla en la evolución (o no) de sus personajes.

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Los “quiero y no puedo” masculinos y el “girl power”

Desde el primer capítulo de esta nueva tanda las mujeres mandan, tienen las riendas y son las únicas que aportan un poco de cordura (hasta dentro de su locura). Cecilia Freire se eleva en una mezcla de control absoluto y pérdida de papeles que aunque resulte difícil de explicar, sí resulta sencilla de ver y comprender. Pero ninguno como el personaje de Priscilla Delgado, que asume el mando de las tropas y estrategias militares, conecta con el público del 2020 y representa lo que Julián López nos dijo en su entrevista con Vertele: “Se da a las mujeres el protagonismo que la historia les negó”. Y porque no podemos ni queremos hacer spoiler, pero no es sólo una cosa del bando romano.

El lado masculino lo sigue encabezando precisamente Julián López, convertido en un Manio Sempronio que no da pie con bola y cuya comedia se basa simplemente en verle sufrir y comerse la cabeza. A su inseparable “Sancho Panza” Xosé Touriñán si parece que le van bien las cosas. Insistimos, “parece”. Porque al final no es oro todo lo que reluce, como podrán ver sus espectadores. Sin embargo, su personaje es quizás el único masculino que sí presenta cierta evolución, y del final de la relación entre ambos puede extraerse, de forma pretendida o no, lo caprichoso del destino y los prejuicios y vidas tan diferentes a los que puede conducir la suerte.

Es lógico que en un campamento militar de la Antigua Roma haya muchos más personajes masculinos que femeninos. Por eso hay más de ellos que destacar, como el de César Sarachu -aunque en la serie su Cneo Valerio ya apenas sepa dónde está ni qué está viviendo-. Pero sobre todo hay que destacar lo que aporta Luis Gámez gracias a su personaje.

Una puerta abierta a la locura entre épocas

En esta segunda temporada de la comedia cobra una especial relevancia Saulo, un augur que se convierte en una maravillosa puerta abierta a viajar por el tiempo y a que Montero y Maidagán den rienda suelta a su “locura” en el guion. Porque aunque no lo parezca, desde la Antigua Roma puede inventarse un origen para la furia desatada de Hitler, o echar un ojo a una avenida neoyorkina de la actualidad. Claro que sí, por qué no. Total...

Esas dosis de absurdismo se mezclan con una atinada elección de cameos. Víctor Palmero no sabe actuar mal, la participación de Pepin Tré es tan simbólica como icónica, y la de Fernando Esteso plantea una interesante reflexión sobre cómo podemos pasar de reírnos con alguien a reírnos de alguien, y lo que para esa persona supone.

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La serie además parece profética, como Saulo. Si su primera temporada llegó en pleno debate sobre los límites del humor y sus creadores se reían de una escena que tenían pensada en la que un personaje se sonaba los mocos con una bandera (sí, como Dani Mateo), en esta segunda tanda hay un misterioso virus al que llaman “La cosa”, que protagoniza incluso los carteles promocionales de la ficción. Aunque pueda pensarse, la conexión con el coronavirus es fruto de la casualidad, porque todo estaba grabado hace ya un año, y pensado y escrito mucho antes.

Pequeños detalles que en su conjunto hacen una comedia, como empezamos diciendo, más que atípica. Y a la que no resulta fácil pillarle el punto. Tanto es así que esta segunda temporada cierra sus planes, y no hay noticia, ni siquiera rumor, de que pueda seguir adelante. Y eso sí que es un mal augurio.

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