CRITICA
'Los espabilados': Albert Espinosa reivindica la libertad como la cura definitiva

Aitor Valadés, uno de los 'Espabilados' de Albert Espinosa y Movistar

Laura García Higueras

“Sois vagabundos emocionales de vuestros hijos y dejáis que pasen los mejores años de su vida haciendo rutinas de mierda, para que luego se conviertan en un vagabundo más”. Con esta crudeza y gravedad arranca Los Espabilados, la nueva serie de Albert Espinosa cuyos tres primeros episodios se estrenan este viernes en Movistar.

El interlocutor es un joven de 14 años que mira a cámara, enfadado. Se trata de Mickey (Álvaro Requena), uno de los jóvenes protagonistas que, hartos de estar encerrados (y medicados) en un centro psiquiátrico, deciden escaparse.

Su periplo se convierte, en la ficción, en una aventura vital incluso para el detective (Miki Esparbé) que contrata el hospital para ir en su búsqueda. Un punto de partida potente para una necesaria apuesta por visibilizar las enfermedades mentales, a la que deslucen sus excesos.

'Los espabilados' de Albert Espinosa ya tienen fecha de estreno en Movistar 360

Si no viviéramos a tanta velocidad y nos detuviéramos en mayor medida a pensarnos, reflexionarnos, entendernos y sentirnos; la concatenación de frases extraídas de libros de autoayuda no nos rechinaría tanto en la serie. Y no nos engañemos, el consejo “ama tu caos”, que da título al primer episodio, es pertinente y útil. Pero siendo una constante en el guion, pierde su fuelle, alcance y hasta credibilidad.

Estar enfermo no es motivo de exclusión

Los espabilados funciona mucho mejor cuando su banda escupe verdades mirando a los ojos del espectador y se rebela contra la etiqueta de “enfermo”. Cuando evidencia que estarlo no te anula como persona.

La enfermedad no suprime inteligencia, talento, inquietudes ni sentimientos. Todo eso sigue ahí, las 24 horas del día, al igual que, cuando se suministran, los medicamentos. Algo en lo que la ficción es especialmente crítica. “No quiero ser una planta”, piden los ingresados clamando no limitarse a respirar, mirando al vacío enganchados a una vía.

Claro que no todos los tratamientos son igual de fuertes, pero está bien poner sobre la mesa sus efectos, e incluso verlos, porque aquellos que jamás hayan sido medicados no pueden ni imaginar lo que supone. De ahí al valor de lo que Espinosa se ha arriesgado a abordar en su regreso a la televisión 10 años después de Pulseras rojas.

Una vuelta en la que ha conseguido llevar a la pequeña pantalla la que siempre quiso que fuera su primera historia. La de los chavales que convivían en la planta de arriba del hospital donde él estuvo ingresado con cáncer de adolescente, que se hacían llamar 'Los espabilados' e intentaban escaparse.

De hecho, dedica la ficción a “tantos niños encerrados injustamente en el mundo”. Una declaración de intenciones que implícitamente le confiere -e incluso derrocha- una vocación universal. No en vano, su anterior proyecto se erige como la serie española con más adaptaciones a nivel internacional, y empezando por Alemania, la producción de Movistar va encaminada a seguir sus pasos.

Sobre todo por su tono optimista, alegre, motivador e inspirador. Más allá de algún episodio inverosímil, no deja ser un canto a lo tachado como diferente y raro. “No sabéis como tratarnos”, denuncia Mickey en otro momento por cómo socialmente estas personas son excluidas.

Un mundo y una sociedad “estropeadora”

Los espabilados es crítica con “el mundo que estropea”, señalando al sistema, el patriarcado, las convenciones y el capitalismo. No importa no haber padecido una enfermedad mental, la empatía se genera porque nadie se escapa a la diferencia, ni a la necesidad de reinventarse en algún momento de nuestra vida.

La serie lo presenta como oportunidades continuas de cambiar, de hacerse valer y de acompañarse. Porque pese a que lo que impere sea una norma discriminatoria y exigente, la realidad es que la mayoría estamos ahí fuera para rebelarnos contra todo aquello que no nos deje ser y disfrutar de quienes somos.

“Los que no saben convivir, no deben vivir”, enuncia de forma lúcida Sam (Aitor Valadés), cambiando el foco. El actor forma parte del casting poco conocido de la ficción, al que se añaden el mencionado Requena, Marco Sanz (Yeray), Sara Manzano (Guada) y Héctor Pérez (Lucas).

Un acierto en cuanto a cómo las caras nuevas generan mayor empatía en este contexto. Facilita imaginárselos como un grupo dentro de los tantos anónimos a los que nos cruzamos por la calle y podrían estar sufriendo lo mismo que estos 'espabilados'.

Personas estropeadas por un mundo en el que expresar las emociones no siempre está bien visto, en el que los problemas hay que disimularlos; y en el que lo diferente da miedo y por eso se margina. Espinosa acierta de lleno construyendo un universo en el que esto es precisamente lo “raro”.

Quizás hubiera agradecido capítulos con una extensión que superar los 27-30 minutos para profundizar en algunos aspectos. Ocurre con la eutanasia, con la que es contundente, pero que descoloca por el breve poso que permite que deje la trama en la que se aborda.

Al mismo tiempo, le infiere un ritmo notable, entretiene e invita a continuar asistiendo a la aventura de estos adolescentes en busca de libertad, comprensión y empatía. Los espabilados estaban esperando ser contados, por fin ha llegado su momento y, si bien no sabemos si Espinosa volverá a emocionar a Steven Spielberg como ocurrió con Pulseras rojas, seguro encogerá el corazón de muchos.

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