Crítica

'Me quedo contigo': un dating de otro siglo con unos cuantos gritos de más

'Me quedo contigo'

Laura García Higueras

Anticuado, burdo y verdulero. El nuevo programa de citas de Telecinco, Me quedo contigo, arrancó este jueves su andadura con buenas intenciones, buscando ofrecer un formato fresco y ligero, pero que en tiempos de Tinder y de lucha por la igualdad, se quedó muy atrás. Presentado por Jesús Vazquez -lo mejor del formato- , 20 chicas de diferentes edades acudieron con sus madres al plató para buscar “el chico de sus sueños”. Un concepto algo antiguo y ya superado desde que aprendimos que los príncipes azules no existen, las mujeres no han nacido para encontrarlos y no pasa nada.

Una vez ellas desfilaron por las escaleras, las madres se quedan en el plató detrás de un pulsador, mientras que sus retoñas subieron al llamado “pisito de solteras”. Una estancia reconvertida en gallinero en la que todo fue excusa para que se pusieran a gritar, sobre todo las entradas de los chicos. Con la expresión “soltero, muéstrate de cuerpo entero”, el presentador iba dando paso a los hombres que también acudieron al formato a buscar pareja.

Tan solo con verle la cara, las madres ya podían apagar su atril. Después, los cuatro concursantes de la noche se presentaron con un vídeo grabado por ellos mismos en formato selfie, donde podían contar lo que quisieran. Desde que le “gusten los tacones” o que cada vez que se levanta por la noche “tiene que ir a la nevera a beber leche directamente del brick”. Después de las piezas, podían contar algo más de ellos mismos y mostrar una habilidad, como saber bailar muñeiras, y a partir de ahí, de entre las madres que aún les quisieran como posible cita de sus hijas, ellos podían elegir a dos.

Una vez escogidas las dos progenitoras finalistas, las dos solteras bajaban del “pisito” para que, finalmente, él eligiera con cual de las dos quedarse. La pareja formada subía entonces a otro “pisito” para tener una cita, similar al formato First Dates, pero en la que aquí apenas hay tiempo para intercambiar cuatro palabras siendo muy difícil generar cualquier tipo de empatía, química o credibilidad. Tras unos pocos minutos, en los que la duda más recurrente fue asegurarse de cómo llevarían una posible relación a distancia al venir de distintos rincones del planeta, debían acordar si querrían una nueva cita -o una de verdad- más adelante y fuera del programa.

La carnaza y el físico, los criterios imperantes

Otro aspecto en proceso de superación y en el que sin embargo retrocede Me quedo contigo es en la supremacía del valor del físico por encima de cualquier otro criterio. “Está cachas”, “me gustan fuertes” o “te comía la tableta”, son tres ejemplos del tipo de comentarios que las chicas soltaron nada más ver a los solteros descender por un ascensor al plató -como el de Tu cara me suena, pero bajando en vez de subiendo-.

De hecho, en cuanto hubo uno de los aspirantes, el último de la gala, que a priori no cumplía con los cánones de belleza masculinos, por supuesto no fue aprobado por ninguna de las madres y la valoración de su paso por el programa fue “ha sido valiente”. Como si por no estar definido, ser alto y joven, probar suerte para enamorarse fuera un acto heroico y hasta de osadía.

Y aquí es donde entra uno de los aspectos más controvertidos del formato. Es cierto que lo habitual es que sean las mujeres quienes “desfilan” para los hombres, quienes han de lucir sus cuerpos para gustarles, y ellos los que tienen el derecho, por naturaleza, de hacer los comentarios que les vengan en gana sobre sus siluetas, cuerpo, pecho y peso.

En ese sentido, puede resultar incluso innovador verlo desde el otro punto de vista, pero lo que consigue no es sino poner en evidencia lo erróneo que es concebir a las personas como carnaza y nada más. Más de una habría puesto el grito en el cielo si fueran los padres quienes eligieran a sus nueras, por lo que la situación contraria tampoco habría de ser aplaudida. Aparte de por la vergüenza ajena que en más de una ocasión generaron especialmente ellas, fuera de sí y rozando el ridículo en actitud e igualmente mostrando cero interés por la personalidad de sus pretendientes.

Complicidad entre madres e hijas

La parte de Me quedo contigo que implica ver a madres e hijas en acción y, sobre todo, comprobar su complicidad y cómo en la mayoría de los casos, las primeras supieron anticiparse a los gustos de sus descendientes es lo más salvable del programa. Esa unión sí es interesante como vía a explorar, pero se queda encorsetada y limitada. “Me ha hecho un favor, gracias mamá por conocerme tanto”, reconoció una desde el “pisito” de solteras después de ver cómo descartaba a uno de los chicos para ella.

El formato queda anticuado también por ceñirse a mostrar un único tipo de relación, heterosexual. Quizás habría ganado si hubiera tenido en cuenta otras sexualidades. O incluso que fueran los hijos quienes eligieran las citas de sus padres. Viviendo tiempos de reclamo de la diversidad, el programa se queda corto en su reflejo de nuestra sociedad, aunque no pretenda ni se erija como un retrato de la misma.

Lo mejor, como adelantaba, Jesús Vazquez. El presentador, que haga el formato que haga toma sus riendas con la profesionalidad y talento que le caracterizan, destaca dentro de la verdulería, pero hace falta más para que el espacio enganche y no termine resultando pesado por repetir la misma mecánica con las cuatro citas de cada entrega. Mujeres y hombres merecemos más, y mejor. No somos ganado, ni queremos serlo, gracias.

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