Análisis Vertele

Diez años de resistencia: cómo Filmin se ha convertido en la alternativa a las grandes plataformas

Diez años de resistencia: cómo Filmin se ha convertido en la alternativa a las grandes plataformas de VOD. Foto: Facebook de Filmin

Francesc Miró

Cuando Filmin despertó, el dinosaurio todavía no estaba allí. Llegaría más tarde y su aspecto amenazante e inmenso haría pensar que el mercado del vídeo bajo demanda (VOD) no dejaría espacio para alternativas. El primero en pisar fuerte fue el Tyrannosaurus rex de Netflix en octubre de 2015. Luego vinieron el herbívoro manso, un Diplodocus llamado HBO, y el agresivo, el Triceratops de Amazon Prime Video, a finales del 2016. Y luego, como buscando qué trozo del pastel quedaba, vino el Velociraptor de Sky en septiembre de 2017.

Pero antes que todos ellos había un perro, mascota y logo de una plataforma pequeña fundada en Barcelona hace diez años y que empezó a caminar por una tierra aún inexplorada: la de pagar por ver contenido audiovisual online. Algo que hoy nos parece bastante obvio -asumimos más nuevas realidades si nos bombardean con una maquinaria de propaganda a la altura-, pero que hace una década no era así, ni mucho menos.

Por aquel entonces, hacía pocos meses que había llegado la versión española de Youtube. Era 2007, el mismo año en que desembarcaba también Facebook y dos años antes de la llegada de Twitter. En tal panorama, si decías que habías pagado 3€ por ver una película online era normal que alguien arquease la ceja. No fue hasta 2011 cuando el sector del audiovisual tomó más o menos conciencia de su situación, al menos mediáticamente, con aquellas grandilocuentes palabras de Álex de la Iglesia antes de abandonar la presidencia de la Academia de Cine: “Internet no es el futuro, es el presente”, y sin un cambio en el modelo de mercado cultural español, la cosa pintaba gris. O negra, directamente. Pero ahí estaba Filmin.

Adelantarse al futuro

Filmin empezó a operar desde 2008 con un catálogo de 200 películas y un capital de 300.000 euros cuya mayor inversión iba destinada a su desarrollo tecnológico consistente en diseñar una web que soportase lo que serían en breves. Aquello fue idea de Juan Carlos Tous, Jaume Ripoll y José Antonio Luna, entonces trabajadores de Cameo, distribuidora de cine independiente en el mercado doméstico -dvd y blu ray- español.

“Era un movimiento lógico”, cuenta Ripoll, cofundador y director editorial de Filmin. “Estábamos convencidos de que tenía sentido: había un espacio para defender un cine que no era el de las grandes majors, que funcionaba en cines, en distribuidoras y debía funcionar en una plataforma online”. Pero con el convencimiento no se levanta una plataforma de la nada. Partían de un catálogo con títulos de empresas como El Deseo, Golem, Tornasol o Wanda Visión, y de una serie de supuestos sobre el futuro del mercado cultural en Internet que se iban a cumplir tarde o temprano.

“Sabíamos que tarde o temprano la gente iba a pagar por los contenidos que estaban viendo de forma gratuita porque la oferta cada vez era más solida, la tecnología jugaba a nuestro favor, y las leyes iban a normalizar la situación”, asegura Ripoll. “También era cuestión de tiempo que llegasen empresas que dinamizasen el sector”, dice haciendo referencia a la llegada de Netflix, HBO y compañía.

Lo cierto es que todos sus presagios se fueron cumpliendo en los años siguientes. También se dieron avances en otros sentidos, pues cuando empezaron el ancho de banda de las operadoras españolas no tenía aún la suficiente capacidad para que las películas se viesen en alta definición sin cortes, y la tarifa plana por un abanico de contenidos culturales era una entelequia. Existía aún la mentalidad de videoclub, que daba sus últimos bandazos. “Digamos que había muchas señales que nos decían que ese era el camino. Al final se han ido alineando para poder seguir estando aquí”, resume Ripoll.

Mutar para no parecerse a las demás

Al poco de arrancar llegó el primer estreno simultáneo online y en salas de nuestro país y fue en Filmin. Hablamos de Tiro en la cabeza, una película de Jaime Rosales que en 2008 supuso un experimento para el mercado de distribución, aunque fuese prematuro y caótico. Se organizaban pases online con un número limitado de espectadores, imitando el modelo del cine convencional que conocemos. Algo sin mucho sentido que, por lo menos, abrió la veda para que en 2012 Paco León se la jugase estrenando Carmina o revienta simultáneamente en Filmin, en DVD y en salas. Ahí vino el boom mediático que convenció a la plataforma de que andaban en el buen camino… aunque no fuese fácil.

“Diariamente nos enfrentamos a diferentes elementos”, explica Ripoll. “Por un lado está la gestión tecnológica: una plataforma de video on demand va mutando con las exigencias de los espectadores, algo que te obliga a llegar al nivel deseado de calidad, usabilidad, navegabilidad y disponibilidad en todo tipo de dispositivos. Es decir, algo en lo que hay que invertir constantemente”.

Cuando exploras lugares nuevos, si desconoces las costumbres locales y crees que con tus conocimientos ya vas bien, es fácil que termines mal parado. Pero si además, cuando llegas resulta que eres el único habitante del lugar, o te inventas las costumbres o te vuelves loco. “A la hora de diseñar la arquitectura de la página nunca hemos estado pendientes de lo que hacían los demás porque cuando empezamos no había ningún 'los demás'”, asegura Ripoll, que dirigió durante sus inicios también el apartado tecnológico que se esconde tras Filmin. “Desde entonces hemos seguido caminos que evidentemente nos han llevado a cosas que no han funcionado pero otras que sí, como la organización en colecciones”.

Por eso, en parte, el funcionamiento interno de la plataforma no se parece a ninguna de las demás. Netflix, por ejemplo, tiene una distribución de contenido marcada por la inmediatez con cajones de sastre que va desde 'Series populares' a 'Tendencia ahora mismo', amén de un recomendador con machine learning que ofrece títulos parecidos a los que ya has consumido. Por su parte, HBO tiene un diseño muy poco rompedor que organiza sus películas mediante géneros, y sus series mediante categorías como 'Más vistas', 'Clásicos HBO' o 'Recientemente añadidas'. Filmin nada de eso.

“La clasificación genérica ya se ha quedado un poco atrás, ¿no?”, reflexiona Ripoll. “No tiene demasiado sentido que en un catálogo de 13.000 títulos selecciones 'thriller' y te salgan 4.000 pelis. No te soluciona mucho la papeleta. En cambio, las colecciones te permiten establecer bloques temáticos y poner el foco en agrupaciones del catálogo, de películas que tienen cierta interrelación para descubrir títulos de interés o montar ciclos en casa”, explica.

Por eso, es fácil encontrar una colección de títulos de Einsenstein si se cumplen 120 años del nacimiento del padre del montaje cinematográfico, pero también colecciones de films que inspiraron a Spielberg ha crear películas como Los archivos del Pentágono. “Para mí tiene más sentido hacer esto porque va de conseguir que el suscriptor descubra cine. Ten en cuenta que nuestros títulos no son tan conocidos como los de HBO o Netflix. No tenemos Stranger Things o The Crown, ni los millones necesarios para promocionarla, así que tenemos que usar otro tipo de herramientas que no sean las típicas, para hacer que navegue por nuestro catálogo”.

Trinchera del cine independiente europeo

Pero todos sus esfuerzos no hubieran servido de mucho si detrás de una visión comercial y una voluntad de diferenciación no existiese un objetivo concreto. Lo que convierte a Filmin en la alternativa a las grandes plataforma de VOD que hoy dominan nuestro país.

“Uno de los errores que ha cometido el cine independiente europeo es creer que existen dos públicos diferentes: el de 'cine de arte y ensayo' y el 'cine comercial'. Una división muy de los sesenta y sobre la que yo discrepo totalmente”, reflexiona Jaume Ripoll. “Creo que el público hoy es mucho más transversal y le interesan ciertas historias. Posiblemente ven menos películas europeas que estadounidenses porque las desconocen, no porque no les gusten. Nosotros tenemos que dirigirnos a un público mayoritario al que le interesen historias diferentes”.

Sobre esta idea han construido esa galia que llamamos Filmin, y que resiste los embates del Imperio Romano de las majors norteamericanas. De hecho, cuando por fin desembarcaron las que todos conocemos, Filmin aumentó suscriptores en lugar de salir perjudicada de un mercado más competitivo. ¿Por qué? Porque con el pago por consumo de series y películas ya normalizado, muchos se han dado cuenta de que hay cosas que solo pueden ver en la galia. En Netflix no puedes ver un clásico de Bergman, ni de Fellini, ni de Buñuel. “Creemos que en España hay mucha gente que puede disfrutar del cine independiente en Internet y que quiere hacerlo… pero tenemos que llegar hasta ellos”, describe Ripoll.

En este sentido supone un triunfo el festival de cine que celebra la propia plataforma desde el 2011: el Atlántida Film Fest, también conocido como el mayor festival de cine online del mundo. “En su momento, el festival surgió para dar prestigio a la ventana de Internet, por aquel entonces aún denostada. Con él ayudamos a que películas de Xavier Dolan o de Sarah Polley se pudieran ver en Internet antes que en salas de cine. Algo que parecía impensable en otros países de Europa y que aquí sucedía”, describe.

“Pero luego vino la gran crisis europea con amenaza de Brexit, crisis de los refugiados, auge de extrema derecha... y nos sentimos obligados a hacer algo distinto”. El festival dio un cambio de rumbo, añadiendo una celebración offline del mismo en Palma de Mallorca, y tematizando la línea editorial del festival: cine europeo que abordase los problemas del viejo continente en la actualidad. “Creo que el cine europeo es algo que nos puede ayudar a hacernos entender unos a otros, que nos puede permitir conocer mejor países vecinos con los que formamos un proyecto que llamamos Unión Europea. Así que desde hace tres años decidimos que el foco del festival sea Europa y su realidad”.

Al final todo tiene el mismo objetivo: “Queríamos demostrar que había grandes películas que por limitaciones de la distribución y las salas, no llegaban al público. Al final, tanto el festival como las renovaciones en diseño surgen de dos obsesiones: ampliar el público que hoy ve este tipo de cine y buscar formas para atraerlo”.

Es decir, seguir creciendo en público para poder ampliar un catálogo que no se parece en nada a otros: cine independiente con un 70% de títulos europeos. “Crecer nos ayudará a ganar músculo para poder revertirlo en derechos. Porque al final de la ecuación, los más importantes aquí son los espectadores y los que hacen los contenidos para ellos”.

O lo que es lo mismo: Filmin son sus suscriptores pero también los productores, directores y distribuidores que siguen haciendo cine al margen de los grandes estudios. “Queremos que este tipo de cine llegue a más público para que se pueda seguir haciendo”. Así de simple... y de complicado.

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