Análisis del 8x03 de 'Juego de tronos'

¿Lo oyen? Es el silencio en la gran batalla de 'Juego de tronos', un espectáculo de tensión y oscuridad

Arya Stark en 'Juego de tronos'

José Antonio Luna

La eterna amenaza que nunca parecía llegar es, de una vez por todas, un mal inevitable. Los ojos azules ya miran de cerca a a los Siete Reinos e Invernalia es el primer punto que debería servir para frenar el avance de un ejército que no parece detenerse ante nada. El Rey de la Noche ha dejado de ser una visión a lo lejos.

¿Habrá dracarys que valga contra los caminantes blancos? Tras dos primeros episodios preparando el terreno para la tragedia, era imposible estirar más el chicle de la agonía. Ya habían bebido suficiente vino, compartido demasiados reencuentros amorosos e intercambiado numerosas miradas furtivas. Ahora lo que toca es armarse de vidriagon, apretar los dientes y rezar para que pase la ventisca de la mejor forma posible. O, al menos, que pase sin arrasar con todo.

Las expectativas eran altas con este tercer episodio, y no solo por el evidente espectáculo, sino por la persona encargada de su dirección. A los mandos se encontraba Miguel Sapochnik, que previamente había manejado los hilos para tejer capítulos tan importantes como Casa Austera o la Batalla de los bastardos. Los ingredientes que estaban sobre la mesa eran perfectos para hacer un cóctel explosivo a la altura de lo que merece un desenlace como Juego de tronos. Pero ¿lo han conseguido? Solo tres consejos previos: cerremos las cortinas, elevemos el volumen y subamos el brillo de la pantalla. Porque la noche, como comprobaremos, es muy oscura. Quizá demasiado.

La larga noche comienza como lo hacen todas las tormentas: con un silencio previo al estruendo. El arranque ya de por sí es revelador y angustiante. No es gratuito que lo primero que veamos sean las manos temblorosas de Sam recibiendo una hoja de vidriagón para enfrentar al enemigo. Él representa la aprensión y el miedo que van a sentir los espectadores durante los primeros minutos de esta entrega. Porque, como decía H.P. Lovecraft, “la emoción más fuerte y antigua de la humanidad es el miedo, y el más fuerte y antiguo tipo de miedo es el miedo a lo desconocido”.

Es precisamente en estos primeros compases donde brilla la mano de Sapochnik para crear una atmósfera apropiada para el terror. Los largos planos, las imágenes suspendidas en la oscuridad y las miradas que, esta vez sí, sirven para subrayar la tensión y no para recalcar lo evidente. Lo único que se escucha es el metal, los alaridos de los dragones y los pasos sobre la nieve de los miles de Inmaculados. También el de una banda sonora magistral que, a golpe de tambores y graves sostenidos, invoca a la ansiedad en todas sus formas.

Las 55 noches que fueron necesarias para grabar esta batalla han merecido la pena a muchos niveles. Sin embargo, es evidente que el juego visual no ha salido tan bien como esperaría el director de fotografía Fabian Wagner, que quería que “la luz evolucionara con los personajes”. No solo por la penumbra en la que aparece bañado cada plano, que a veces son indistinguibles, sino por la escasa calidad que ofrecen los servicios de streaming para que ese contraste entre luces y sombras pueda realizarse sin ver un enorme pastiche negro y pixelado en pantalla. De hecho, cuando aparece Melisandre para invocar al Señor de la Luz y traer el fuego no solo hace un favor a las espadas de los Dothraki, también a los espectadores.

Es una pena, porque algunos planos son realmente bellos y deberían ser admirados en todo su esplendor. Uno de ellos es el de Jon y Daenerys contemplando desde una colina cómo ciento de puntos luminosos, que son los Dothraki cabalgando, se adentran en una neblina tras la que se esconden los caminantes blancos. Esas luces, sin embargo, duran muy poco tiempo encendidas.

Destaca la habilidad del director para intercalar cuatro líneas de conflicto: la de Daenerys y Jon en busca del Rey de la noche a lomos de los dragones, la del campo de batalla, la de la cripta de Invernalia en la que se encuentran personajes como Sansa o Tyrion, y la de Theon utilizando a Bran como rehén para atraer al líder de los caminantes. Esta última, por cierto, una idea carente de lógica narrativa. Ni tiene sentido el “plan” ni tiene sentido que solo decidieran llevar varios arqueros para defender el lugar al que supuestamente llegaría el máximo comandante del terror.

No solo lloran los débiles

Otro punto interesante de La larga noche es que se encargan de recalcar que el miedo y las lágrimas no solo es cosa de los más débiles. El único que tiembla no es Sam, como nos tienen acostumbrados. El Perro, Arya o incluso la propia Daenerys tienen el terror impregnado en sus miradas porque, en realidad, no hay nada más democrático que temer por la vida.

Se podrían destacar muchas escenas de acción, pero quizá una de las más reseñables sea aquella en la que Jon intenta alcanzar al Rey de la Noche mientras este levanta todos los cadáveres a su alrededor. El momento culmen de la impotencia. Con solo un gesto, hizo que todas las cicatrices (y mordidas) sufridas hasta entonces fueran en vano. Y no solo de acción bebe el episodio. Incluso los momentos más “calmados”, como el de Arya intentando escapar de una habitación repleta de espectros, consiguen mantener la atención sin que el ritmo decaiga.

Al contrario de lo que podríamos esperar no es una entrega con muertes sorprendentes (o al menos que no pudiéramos prever). Theon Greyjoy, Beric, Jorah Mormont… Quizá sí que es inesperado, y no porque no vaticináramos su caída, la temprana muerte del Rey de la Noche. Se rompe en pedazos cuando ni siquiera sabemos nada de él ni de su verdadero propósito, algo que no parece un epílogo digno para una pieza de este calibre. Otro de los personajes de los que nos despedimos es Melisandre, que acaba desvaneciéndose en la nieve bajo su forma natural después de que se cumpliera su profecía de encontrar el Azor Ahai, que en teoría es el salvador de los caminantes blancos. Como algunos vaticinaban, esta no era otra que Arya.

La pequeña de los Stark es la encargada de dar estocada (¿final?) al Rey de la Noche después de una escena a cámara lenta en la que ni él ni Bran intercambian siquiera media palabra. Resultaría extraño que la trama central de Juego de tronos acabara de forma tan sencilla y que el ejército de la noche no volviera a levantarse de nuevo. Es más: sería decepcionante que ahora las luchas se centren de nuevo en Cersei y en quién se sentará en el Trono de hierro. Pero habrá que esperar para comprobarlo, porque, si algo hemos aprendido, es que no se puede matar a lo que ya está muerto.

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