Crítica

'La Templanza', una delicia para los amantes del fuego lento con 'sello María Dueñas'

Leonor Watling y Rafael Novoa en 'La Templanza'

Paula Hergar

Seis años han pasado desde que Atresmedia anunciara su intención de adaptar La Templanza, la novela de María Dueñas, a la televisión. Y por fin este viernes 26 de marzo se ha hecho realidad. La ficción se estrena en Amazon Prime Video llegando a 240 países con la producción de Boomerang TV y Buendía Estudios.

Tras ver los diez capítulos que conforman la primera temporada, esos seis años de espera parecen pocos: las decenas de escenarios que recorre la historia, los distintos idiomas y acentos que usa para hacer más veraz la trama, los más de 130 actores en el reparto y los detalles cuidados hasta su mínima expresión son el mejor argumento para entender la larga espera.

Y es que esa paciencia es la mejor aliada de La Templanza. Una serie no apta para amantes de la acción frenética que, sin embargo, hará las delicias de los paladares a fuego lento, de aquellos que se deleitan con las tramas en las que parece no ocurrir nada y en realidad pasa todo, los disfrutones de los planos poéticos que nunca mastican porque prefieren abrir la imaginación.

Si eras de los que tras ver El Tiempo entre Costuras estabas deseando que llegara la nueva adaptación televisiva con sello María Dueñas, ha valido la pena la espera.

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Un drama romántico que atrapa con pequeños 'cliffhangers'

La Templanza nos traslada a finales del siglo XIX para narrar la historia de Soledad Montalvo (Leonor Watling) y Mauro Larrea (Rafael Novoa), una mujer y un hombre sin ningún punto en común, salvo que fueron capaces de hacerse a sí mismos, y cuyos destinos están a punto de converger en un lugar y un tiempo fascinantes.

De esa futura unión avisan al espectador desde el primer capítulo, una información desvelada de forma perspicaz ya que despierta tal interés por ver cómo se conoce la pareja que si en algún momento la historia flojea, las ganas por conocer ese punto culminante ayudan a continuar la serie.

Los episodios te los pasas deseando que ambos se conozcan, así como intentando descubrir lo que hay detrás de los complejos personajes, construidos en escalas de grises y siempre con algo que esconder.

El “sello María Dueñas” en cada poro de la producción

Por supuesto, no es casual que la historia tenga ingredientes tan adictivos, capaces de despertar a cualquiera el interés por una historia de amor a finales de 1800. Y es que la inteligente pluma de María Dueñas impregna toda la adaptación supervisada por ella misma para que los puntos y comas imprescindibles también se reflejen en la pequeña pantalla.

La escritora ha colaborado de forma activa en la fase de creación y su sello está en cada rincón de las minas de México, de los salones más exclusivos de la sociedad londinense, de la vibrante Cuba y su trata de esclavos, así como de bodegas más importantes de un glorioso Jerez.

Un sello que ya ayudó a que El Tiempo entre Costuras supusiera un punto de inflexión en la ficción española, cuando se estrenó en 2013 marcando el salto en nuestro país al high concept y demostrando que apostar por una buena factura garantizaba el éxito de la crítica y de la audiencia (doblete que pocas veces se lograba antes).

En este caso, La Templanza quizás no aporte una novedad tan destacada en nuestra ficción, pero sí supone -como suelen hacerlo las apuestas de Atresmedia- un paso adelante en cuanto a riesgo por historias lentas pero profundas.

Un reparto para descubrir y consagrar

La Templanza es una historia de personajes, lo que hacía que el casting fuera uno de los ingredientes más delicados de la adaptación. Y en eso ha estado muy acertada.

Vemos a Leonor Watling, por primera vez, demostrando su talento en sus dos idiomas maternos: el castellano y el inglés. La actriz desaparece para dejar paso a esa Soledad Montalvo que pasa de mujer resignada y conforme con lo que tiene, a luchar por cumplir sueños que un día guardó en un cajón.

Sabíamos del talento de Watling, como del de Emilio Gutiérrez Caba que con esta serie vuelve a las viñas, con el papel del patriarca cual Gran Reserva. Y una Juana Acosta que también se consagra, “bailando” en su capacidad de aplauso por cambiar de acento y hacernos olvidar por completo su origen, su identidad, su realidad, para zambullirnos en su ficción.

El descubrimiento llega con Rafael Novoa, completamente nuevo para el público español -lo que siempre se agradece- y capaz de presentarnos a un Mauro con tantas aristas como emociones es capaz de crear en el público.

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