Crítica Vertele

“The Umbrella Academy”, superhéroes con contradicciones para salvar una serie caótica

'The Umbrella Academy', superhéroes con contradicciones para salvar una serie caótica

Francesc Miró

The Umbrella Academy no se enfrentaba a un panorama alentador en casi ninguno de los campos en los que pretendía presentarse como una novedad refrescante, de espíritu teen y tono macarra.

Por lo pronto, no está de más reconocer que el género superheroico en televisión atraviesa una etapa extraña. El juego de licencias entre Neflix, Marvel y Disney -que pretende lanzar su propia plataforma de streaming- ha dejado cadáveres como Iron Fist y Luke Cage. La cancelación de la serie mejor valorada y más representativa del panorama actual, la Daredevil de Drew Goddard, ha hecho más grave los tibios recibimientos de propuestas como como Inhumans, The Tick, Runaways o Defenders. Y a la espera de las nuevas temporadas de obras más atípicas como Legion y Black Lightning, el arranque de 2019 parecía quedarse huérfano en el terreno de la capa y el antifaz.

Pero además, resulta que quien ejercía de director de The Umbrella Academy no despertaba la necesaria confianza para abrazar el proyecto a ciegas. Al fin y al cabo, Jeremy Slater tiene en su haber el guion de la última adaptación al cine de Los 4 fantásticos con un fracaso de crítica y público monumental que amargó el verano a los ejecutivos de la 20th Century-Fox, y el de la película estadounidense en acción real de Death Note, que provocó más de lo mismo en los fans del anime original.

Pero contra todo pronóstico, la nueva serie de Netflix, que adapta el cómic homónimo de Gerard Way y Gabriel Ba, nos llega como una estimulante rareza. Una que acumula no pocos defectos pero que consigue en su conjunto un entretenimiento cargado de contrastesalt, alternativa decente a los universos de Marvel y DC más cercana al espíritu de la Héroes de Tim Kring que del macarrismo de Misfits de Howard Overman.

Cuando eliges no elegir

En octubre de 1989, 43 mujeres de todo el mundo dieron a luz. Nada raro si no fuese por el hecho de que ninguna de ellas estaba embarazada al levantarse de la cama ese día. Poco se supo del milagro. Siete de los bebés nacidos aquel día fueron adoptados por un excéntrico multimillonario llamado Reginald Hargreeves, inventor que los crió de forma estricta para ser la élite de la humanidad, pues cada uno de los chavales tenía un poder especial: teletrasportación, superfuerza, rapidez...

Así nació The Umbrella Academy, un proyecto superheroico que empezó a desvanecerse cuando los niños y niñas crecieron. Ahora uno de ellos vive en la Luna, otra es una estrella de cine, otro un drogadicto y otra simplemente... toca el violín. Años después de haber roto su relación, los hermanos se ven obligados a reunirse por el funeral de su padre, mientras crece un poder que amenaza con acabar con el mundo tal y como lo conocemos.

The Umbrella Academy nos sitúa en su punto de partida en un terreno distinto al de las narrativas superheroicas más básicas de la televisión actual. Lejos de plantear la historia de origen de un héroe, el retrato de su lucha contra el crimen o su caída al lado oscuro, la serie de Jeremy Slater se construye desde la exploración, juguetona y por momentos absurda, de las relaciones entre siete personas conflictivas con poderes.

Construido un inicio en clave deudora del 'Salva a la animadora, salva el mundo' que motivó toda la primera temporada de Héroes, The Umbrella Academy se va desvelando como una dramedia de acción sobre personas condenadas a entenderse. Pero por el camino, lejos de acomodarse en ningún registro ni género, va picoteando de lo que más le conviene y sin prejuicios.

Tan pronto transita lugares propios del arquetipo heroico -el trauma como génesis, por ejemplo-, como ofrece múltiples set-pieces de hostias y tiros sin previo aviso, largas discusiones de tempo teatral entre hermanos o escenas propias de un musical trasnochado. No es broma: en esta serie sus protagonistas se pueden pasar cinco minutos bailando I think We're Alone Now de Tiffany sin preocuparse en absoluto por el desarrollo de la trama.

Jeremy Slater plantea su adaptación como un caótico cóctel de referentes que a veces pretende ser una parodia de la psicodelia de Legion -con la que comparte al showrunner Steve Blackman-, o una secuela de los sangrientos momentos de humor negro de Kick-Ass. Incluso parece explorar la socarronería de Misfits. De hecho, uno de los protagonistas, Robert Sheehan, interpreta aquí a una perfecta imitación para todos los públicos del Nathan Young de la serie británica.

De ahí que su principal característica sea también uno de sus elementos más conflictivos. Como los personajes del Trainspotting de Danny Boyle, The Umbrella Academy elige no elegir entre todo lo que quiere ser. Y esto la convierte en un alocado viaje lleno de concesiones a cada cual con menos sentido. Haciendo que persista en ella una sensación de vacío entre mucho ruido.

Hacer de la contradicción virtud

The Umbrella Academy es más simpática que graciosa y más entretenida que original. Pesan sobre ella muchos defectos propios del caos en el que se desarrolla y lidia constantemente con altibajos de ritmo y desubicados cambios de tono. Producto, tal vez, de una duración de 50 minutos que pesa como una losa en el desarrollo orgánico de cada episodio, que recurre a subrayados narrativos, flashbacks innecesarios y situaciones repetitivas con tal de sumar minutos.

Pero entre todos sus puntos flacos sorprende sin embargo enfrentar la sinceridad con la que abraza todas sus contradicciones, no solo narrativas y formales, sino también de discurso. Igual que hace gala de un discurso tóxico al dibujar a la madre de los críos protagonistas como una mujer programada -literalmente-, para cuidarles sin abrir la boca ni rechistar, también se enfrenta a los claroscuros de la maternidad del personaje de Emmy Raver-Lampman.

De la misma forma que nos presenta a un personaje que proyecta todos sus infantiles deseos de masculinidad con un maniquí que asegura que es el amor de su vida, mientras que otro tiene tantas dificultades para relacionarse con los demás que se ha visto condenado al ostracismo y el miedo al conflicto.

Más contradicciones encontramos en el terreno formal, dónde burdas escenas de acción a ritmo Sinnerman o Don'ts Stop Me Now se dan la mano con momentos de inspiración que rompen la narrativa lógica para explorar las relaciones entre personajes.

Sorprende, por todo lo dicho, que teniendo todo en su contra, The Umbrella Academy funcione. Siempre y cuando le pidamos algo que esté en sus manos ofrecer: que nos entretenga con los vericuetos de una familia disfuncional de superhéroes con una androide por madre, un loco autoritario por padre y un orangután parlanchín por mayordomo.

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