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TVE congrega a Los odiosos ocho de Tarantino, en una oportunísima emisión

Kurt Russell y Samuel L Jackson, en "Los odiosos ocho"

Lorenzo Ayuso

Vivimos en tiempos oscuros, de posiciones enrocadas en la desconfianza. Las únicas vías de unión son el odio y la rabia contenida hacia ese otro con el que no queda otra que convivir. En este panorama basado en medias verdades, en declaraciones suspendidas y violencia sistémica a todos los niveles, la segunda emisión de Los odiosos ocho (The Hateful Eight, Quentin Tarantino, 2015) en televisión en abierto, a partir de las 22:45 horas en TVE, se antoja cuando menos oportuna.

Con Django desencadenado (Django Unchained, Quentin Tarantino, 2012), el cineasta nacido en Tennessee se esmeraba en crear una fantasía que ajustaba cuentas con la historia, a la par que proponía un origen casi mitológico del “superhombre negro” aupado por el cine de derribo setentero con figuras tan rotundas como Fred Williamson. Ante la crudeza insoportable de los hechos, la respuesta pop era un Jamie Foxx reconvertido en imparable Sigfrido cuya leyenda es declamada por Tupac, en una nueva ruptura con la tradición musical del género.

Había, pues, un afán de reafirmación y reconstrucción en sus imágenes, con un último acto (donde se consuma la venganza del protagonista) absolutamente alejado de los parámetros del realismo, casi incoherente con todo lo anterior, en línea con el epílogo que propone El último (Der letzte Mann, FW Murnau, 1924): Tarantino forzaba el final feliz como impelido por un imperativo moral, como si sintiera que fuera hora ya de cambiar la historia.

Alumbrada tan solo tres años después (y emitida por TVE con tres días de diferencia a la anterior), hallamos en Los odiosos ocho una apuesta más ortodoxa, más contenida y absolutamente desencadenada. También es una de las más robustas en lo que a escritura se refiere. Desde luego, es la más autorreflexiva.

Ambientada poco después de la Guerra de Secesión estadounidense, la mítica de la anterior ha desaparecido: ya no hay confianza en el relato, no ya en el histórico, sino en el individual. De ahí que la primera hora y media del filme (que se corresponde con tres de los cinco episodios en los que se divide) se configure en una sucesión de narraciones cuestionables cuya veracidad es imposible de dictaminar. Los aparentes héroes no tardan en destaparse como tipos conflictivos o pusilánimes; los villanos se esconden en la parafernalia retórica para maquillar sus intenciones. La puesta en escena, filmada en “glorioso” Super-Panavision 70 mm. de celuloide, revela la teatralidad de la situación: cada uno escenifica lo que se espera de cada arquetipo (el cazarrecompensas, el verdugo, la presa, el vaquero, el señorito...). Todo es representación.

La violencia surge como el único diálogo posible entre los presentes en esta mercería aislada por la nieve, cuyos puntales son en sí los de los Estados Unidos de América. Unidos por la sangre, por supuesto. Esta emana a esputos, convulsionada. No hay coartada emocional en esta aplicación de la violencia, como sí ocurría con Django, solo saña. Así surge el Tarantino más hosco y pesimista hasta la fecha, tan hosca y nihilista como La cosa (The Thing, John Carpenter, 1982), a la que cita recurrentemente mediante la banda sonora rescatada de Ennio Morricone. También igualmente masculina como aquella, aunque con una salvedad: el eje sobre el que pivotan todos los personajes de este antipático western es una mujer, una pluscuamperfecta Jennifer Jason Leigh en la piel de la bandida Daisy Domergue, agredida de forma sistemática (y sistémica) por sus infames contertulios.

Los odiosos ocho es, una vez más, una película sobre la forma. La forma que en el caso de Tarantino es también el fondo. El manierismo milimétrico de la puesta en escena, la conjunción de la infinidad de detalles presentes en esa mercería, es el mensaje en sí mismo. La construcción de una impostura, de la mentira. Mentiras que sostienen relatos individuales, colectivos o históricos. Mentiras también perfectamente ejecutadas que construyen realidades, que generan héroes, pero que esconde a villanos monstruosos. La mentira que es el propio cine en sí mismo, y que nos absuelve de sufrir en estos tiempos tan poco propicios.

Sinopsis

Pocos años después de la Guerra de Secesión, una diligencia avanza por el invernal paisaje de Wyoming. Los pasajeros, el cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell) y su fugitiva Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), intentan llegar al pueblo de Red Rock, donde Ruth entregará a Domergue a la justicia. Por el camino, se encuentran con dos desconocidos: el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), un antiguo soldado de la Unión convertido en cazarrecompensas de mala reputación, y Chris Mannix (Walton Goggins), un renegado sureño que afirma ser el nuevo sheriff del pueblo. Como se aproxima una ventisca, los cuatro se refugian en la Mercería de Minnie, una parada para diligencias de un puerto de montaña. Cuando llegan al local se topan con cuatro rostros desconocidos: el mexicano Bob (Demian Bichir), Oswaldo Mobray (Tim Roth), verdugo de Red Rock, el vaquero Joe Gage (Michael Madsen) y el general confederado Sanford Smithers (Bruce Dern). Mientras la tormenta cae sobre la parada de montaña, los ocho viajeros descubren que tal vez no lleguen hasta Red Rock después de todo.

Curiosidades

Tarantino concibió en origen el guion de Los odiosos ocho como una secuela directa de Django desencadenado, titulada Django in White Hell (Django en el infierno blanco). No obstante, a medida que avanzaba en la escritura, fue consciente del problema que suponía tener a un bastión de moralidad como el personaje encarnado por Jamie Foxx en este escenario. De ahí que decidiera reconvertirlo en el Mayor Marquis Warren, a quien incorporaría Samuel L. Jackson. En cualquier caso, para todos aquellos interesados en continuar las andanzas del intrépido cazarrecompensas con el que el director obtuvo su segundo Oscar (al mejor guion original), existe un cómic: Django y El Zorro, coescrito por Matt Wagner y editado en España por Vértigo.

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