CRÍTICA
'Veneno' culmina con un funeral que convierte cenizas en confeti y concede su última voluntad a Cristina Ortiz

Paca la Piraña en el último episodio de 'Veneno'

Laura García Higueras

Veneno llegó a nuestras vidas el pasado 29 de marzo. Pandemia mediante, la serie ha terminado acompañándonos en este fatídico 2020 hasta finales de octubre, con un último capítulo que, a estas alturas, se ha convertido en todo un evento emocional. En gran parte porque llegar al desenlace de la serie implica alcanzar el fin de su protagonista ante la que, después de ocho episodios contados con una mirada de admiración y respeto, ha sido imposible no caer rendidos. Pero también porque sus creadores, Javier Ambrossi y Javier Calvo, no iban a rebajar el regalo de intensidad que ha acompañado cada entrega. El resultado es un cierre coherente -doloroso y festivo a partes iguales- de la avalancha de sentimientos, idas y venidas; y luces y sombras que han marcado su serie sobre la vida de Cristina Ortiz.

Una mujer que conquistó con su forma de ser, en la que no pidió perdón por nada, no se permitió dar ni darse lástima y consiguió salir adelante de lo indecible e imposible. Con la ficción, que este domingo estrena su episodio definitivo en Atresplayer Premium, La Veneno ha cobrado una tercera vida, como ya lo hizo por segunda vez con sus memorias ¡Digo! ¡Ni puta ni santa!, que escribió Valeria Vegas. La autora, que ha participado como asesora del guion de la producción, es igualmente un personaje clave de esta, pues es a través de sus ojos como conocemos a una persona que por muy ordinaria que pudiera resultar a algunos, lo mucho que otros se aprovecharan de ella, y lo que se exprimiera su potencial en televisión; nunca dejó de ser ella misma. Y a la autenticidad, convertida cada vez en un bien más preciado, se la contempla desde el corazón.

Relatar las “extrañas circunstancias” en las que falleció este icono no era una misión fácil, pues podría haber invitado a la carroña que ya generaron entonces algunos medios de comunicación, haber caído en el recurso fácil, en haber juzgado, imaginado y mostrado una versión propia sobre lo que aconteció. Pero no, con un capítulo 8 en el que ya había quedado patente lo presente que la violencia estuvo en la vida de Cristina -basta señalar la escena del perro-, recrearse hubiera sido burdo. Y posicionarse, aun más. Por contra, “Los Javis” han apostado por sí regocijarse en conceder a su protagonista el homenaje que merecía y que no tuvo ni después de muerta.

Coherente con la Veneno que hemos conocido a través de este biopic tan sumamente poco al uso, es ella la que le pide a Valeria que le “cuente” el funeral que hubiera deseado tener. Decorado con la fantasía con la que ella misma quiso recordar su vida; la agonía, desesperación y crueldad de una familia que no supo entenderla ni aun en el hospital en coma, son sustituidas por el aura de luz que nunca dejó de desprender. Así, y en una ceremonia en la que no falta ni el Rey Felipe -entonces Príncipe- en el Parque del Oeste, sus amigos le conceden su última voluntad: esparcir ahí sus cenizas. Una escena a la que no le faltan acordes y planos ralentizados con los que empujar las lágrimas.

Esto es algo que los Javis saben hacer muy bien: encoger el corazón, conmover con los cantos a la libertad y la tolerancia que suelen formular sus personajes, generar un nivel de sentimentalismo que hace que cada capítulo sea un viaje entre la carcajada y el llanto, consiguiendo dejar siempre un poso de ganas de vivir más y mejor. La Veneno hablaba de su existencia y su mundo como le hubiera gustado que fuera. Y en cierto modo, esto es algo que comparte con los creadores de su serie, pues en sus proyectos -Paquita Salas, La llamada- también generan los universos que preferirían que existieran. Más felices, libres e inclusivos.

La importancia de las segundas (o primeras) familias

La familia y todo lo que ella implica para cualquiera de nosotros, es en la ficción una protagonista en sí. Tanto por lo muchísimo que marcó a Cristina que su madre jamás le aceptara y quisiera enterrarla como Joselito; como por lo fundamental que fue encontrar a otras mujeres transexuales que le dieran cobijo y que acabaran funcionaron como tal: su Familia del Parque del Oeste. “Nosotras somos como madres e hijas”, le dijo la Cristina Onassis que le cedió su esquina y nombre a Veneno. Y en lo mismo se convirtió la propia Veneno de Valeria Vegas. El vínculo se hiperboliza al encontrar paridad con gente que siente y experimenta lo mismo que tú. Contra la soledad, el miedo al rechazo y la invisibilidad, sentirse comprendido abre las puertas a reencontrarse con uno mismo y un mundo que nunca debería haber dejado de ser mejor solo para algunos.

En cuanto Cristina murió, las cámaras acudieron al tanatorio para enterarse de lo que ocurrió realmente en su casa el día que cayó en coma y los servicios de emergencia la encontraron rodeada de sangre. Una escena que viéndola en la serie resulta sumamente invasiva y que se sigue repitiendo en los medios como hemos podido comprobar con casos como el del pequeño Julen. “Un juguete roto de la televisión”, definen desde el plató a La Veneno, algo que ella jamás se consideró. El mismo plató en el que su madre sí accedió a reencontrarse con ella y mostrar a toda España una discusión en la que siguió hablándole como si fuera un hombre. “Soy Cristina Ortiz Rodríguez, muy a tu pesar”, le espeta ella ganándose el aplauso del público que mantuvo aun así impertérrita la vergüenza de su progenitora.

Crecer pensando que “todo lo que tocas lo destruyes” no es justo para nadie. Pero que nadie se confunda, Veneno no ha sido concebida para “hacer justicia”, sino para “rendir homenaje”. Y como tal culmina. Con una Cristina acompañada, celebrada y alabada por su arrolladora personalidad. Y con él, la serie termina por evidenciar su mensaje de visibilidad por cómo “ella caminó, para que todos pudiéramos correr”.

Ella, que para muchos fue la primera imagen de una persona transexual en los años noventa, y que con este retrato se ha convertido en un hito por contar con protagonistas transexuales delante y detrás de las cámaras. Veneno es una historia que encoge y conmueve, y que se convierte en algo aun más importante porque no blanquea, disimula ni peca. Todo lo contrario. Elogia salirse de la norma, erradica el paternalismo y la pena, saca pecho de “lo impuro”, hace brillar las debilidades y entiende que cuanto más desdibujemos las líneas, más espacio habrá para que nadie se quede fuera de ellas.

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