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'El juego del calamar' y su fórmula de éxito, a la estela de otras series distópicas de Netflix

El juego del calamar

Lucía Ortega / Lorenzo Ayuso

Dos semanas después de su estreno, probablemente todo el mundo ha escuchado hablar sobre El juego del calamar. Ya sea por recomendaciones de amigos, por los comentarios en redes sociales o simplemente por entrar en Netflix y que aparezca entre las más vistas. Lo cierto es que la peculiaridad del argumento de la historia ha ido de la mano de una muy buena ejecución, combinación perfecta para calar al espectador de la plataforma desde el día de su debut.

Los orígenes de esta sádica historia se remontan a un juego infantil tradicional coreano. Consiste en que un atacante y un defensor se enfrentan en formas de triángulo, cuadrado o círculo como un calamar. La contienda culmina cuando uno de los participantes logre superar al otro y entra al círculo o cabeza del calamar. Sobre este tipo de actividades de niños gira la historia de Hwang Dong-hyuk para el gigante del streaming, con una pequeña variedad en la competición: los participantes competirán a muerte, por lo que solo ganará uno, al más puro estilo de la nipona Battle Royale.

Explicado su funcionamiento, sería lógico pensar que los participantes de dicho “concurso” están obligados. Pero no. Los ciudadanos surcoreanos deciden jugarse la vida a causa de sus precarias vidas, dada la gran cifra del premio en metálico para quien se alce como el ganador. Y este aspecto es el que destaca tanto para el magnetismo de la serie como para dejar a un lado lo sanguinario de sus escenas: la parte social de todo el asunto. La ficción profundiza en los problemas de la sociedad de Corea del Sur con el juego, la trata de órganos y la pobreza en general, que llevan a un grupo de ciudadanos al límite con una serie de juegos de toda la vida con un macabro final.

El juego del Calamar se estrenó el pasado 17 de septiembre en Netflix y, aunque su premisa llamase la atención, el impacto que ha alcanzado en apenas un par de semanas ha alzado a la producción coreana a todo lo alto dentro del catálogo de la plataforma. Los resultados están a la vista: “Será nuestro mayor éxito en habla no inglesa de todo el mundo, eso seguro”, declaraba con toda seguridad el lunes el co-CEO de la compañía, Ted Sarandos, al presentar el ranking de sus series. “Hay una posibilidad importante de que se convierta en nuestro show más grande de la historia”, añadía.

Sin intención de reducir la industria audiovisual de Corea a Parásitos, sí es necesario destacar que la esencia cultural de la galardonada película está perfectamente reflejada en la ficción que también ha llegado a Europa y América marcando su propio territorio. Por todos estos detalles, la serie no ha tenido problemas a la hora de enganchar con sus personajes, sus tramas y el desarrollo de toda una compleja historia con un trasfondo social que hace empatizar al espectador pese al excentricismo de la propuesta.

Pese a su particularidad, no es la única ficción del género que se puede encontrar hoy en día en las plataformas. El Juego del Calamar sigue la estela de otras series de tipo distópico que han funcionado bien concretamente en Netflix. Producciones que comparten algunos ingredientes que parecen haberse convertido en una fórmula de éxito para la plataforma... aunque no infalible.

'3%' y 'Snowpiercer', otras distopías al alcance de Netflix

Quizás el caso más similar al de la surcoreana sea el de 3%, el primer título de producción brasileña impulsado por Netflix, que se despidió tras cuatro temporadas el pasado 2020. Se trataba de una propuesta distópica, aunque más destinada al público juvenil, en la línea de propuestas como Los juegos del hambre.

Lo que plantea esta creación de Pedro Aguilera es un escenario apocalíptico en el que la sociedad queda dividida en dos bloques, uno acomodado -El Mar Alto- y otro en situación de precariedad -El Continente-, entre los que se establece una relación perversa: al cumplir 20 años, los habitantes del Continente pueden someterse a un proceso para pasar al otro lado. Una selección de la que solo forma parte el porcentaje del título, un 3%.

El propio Aguilera ha seguido en parte su propio patrón con su segunda ficción para Netflix, Omnisciente. En este caso, la distopía surge de la idea de la hiper-vigilancia, a través de drones que captan noche y día a los habitantes. El sistema ha permitido reducir al mínimo la criminalidad, pero no evita el asesinato de un hombre, que se convierte en el detonante de la historia.

Si hablamos de esta compartimentación de la sociedad, es inevitable hablar de otra que, en este caso, no está producida directamente por Netflix, si bien la compañía está implicada directamente con su distribución a nivel internacional. Hablamos de Snowpiercer, una segunda adaptación de la novela gráfica Le Transperceneige (tras la llevada a cabo para la gran pantalla por Bong Joon-ho), que cuenta con Josh Friedman y Graeme Manson como desarrolladores.

Con la tercera temporada en camino, la serie sigue los raíles de la obra matriz: tras un cataclismo que ha dejado al planeta sepultado bajo el hielo, la población superviviente se conserva hacinada en un gran ferrocarril en continuo movimiento, cuyos vagones sirven para catalogar por clases a sus habitantes. Hartos de verse en su situación, los que viajan en los últimos vagones se organizan para una gran revuelta. La ficción se emite en Estados Unidos a través de TNT, si bien Netflix la presenta como una “Original”, suficiente como para que haya quedado más identificada con la plataforma.

Y de América al Viejo Continente, donde encontramos otro ejemplo -menos lustroso, cabe decir, a juzgar por su impacto- que coincide en las premisas que ahora también mantiene El juego del calamar. Hablamos de Tribus de Europa, producción alemana que propone un futuro relativamente cercano en el tiempo -2074- marcado por un cataclismo, que ha hecho que Europa acabe dividida en grupúsculos que luchan por el poder. Estrenada a comienzos de este 2021, aún no hay noticias de su renovación por parte de Netflix.

Tampoco podemos olvidar una aportación española, La valla, producción de Atresmedia de cuya explotación internacional se encarga Netflix tras el acuerdo entre los dos grupos, y que se ajusta a las características de ficciones de este corte que le suelen funcionar a la OTT. Ahora bien, si hablamos de distopías en la plataforma, es inevitable mencionar el más notorio de la compañía: Black Mirror.

Al tratarse de una ficción antológica con historias autoconclusivas, sus características no pueden asemejarse completamente a las de estas producciones, pero sí podemos encontrar episodios acordes a estas coordenadas en torno a la colisión de clases o grupos sociales: tal vez el ejemplo más evidente, 15 millones de méritos, correspondiente a la primera temporada (que aún no contaba con producción de la plataforma), donde el mundo se rige por las reglas de un talent show.

Lo que es evidente, ante la abundancia de series con parámetros compartidos, es que Netflix ha encontrado un filón en las distopías que nos hablan sobre derivas totalitarias y que llevan al paroxismo la expresión de las diferencias socioeconómicas de la población mundial. Éxitos como El juego del calamar prueban la prevalencia de estos modelos narrativos: si algo quiere el público es estar en el bando correcto, el de aquellos que han visto la serie; aquellos que, en fin, están convenientemente suscritos a Netflix, el autoproclamado lugar correcto del complejo mundo en que vivimos.

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