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Llega la “formatitis”

La Ley de Lavoisier se cumple inexorablemente: la materia no se crea ni se destruye, solo sufre transformaciones. Si hace algunos años los ejecutivos de televisión estaban todos de acuerdo en comprar productos de ficción de Estados Unidos (Dallas, Falcon Crest, Bonanza..), ahora siguen estando de acuerdo en lo mismo (Friends, Charmed, C.S.I...) pero amplian su consenso: se han lanzado todos como locos a comprar formatos ya probados para garantizar el éxito de sus parrillas. El resultado: la creciente uniformización de todas las cadenas de televisión occidentales que se parecen unas a otras como gotas de agua. La inversión en ficción, clave del éxito USA Los americanos inundaron el mundo de ficción por dos importantes razones: porque tenían la “expertise” de Hollywood sobre como fabricar “historias” que gustaran a todo el mundo y porque tenían importantes sumas de dinero para invertir en la creación de ficción, en fabricar pilotos y en testar sus producciones en sus innumerables cadenas de televisión. Los europeos, más modestos, no tenían capacidad económica para competir y, además, aturdidos por una Babel de lenguas, no sabían cómo escribir series y películas que gustaran a todo el mundo. Los europeos solo se ponían de acuerdo en una cosa: en que les gustaba lo “yanqui” a todos. De esta manera, Europa caminaba hacía la unidad: viendo al mismo tiempo la misma televisión y el mismo cine americano. Mientras pasaba esto, los italianos no veían series españolas o francesas; los ingleses intentaban imponer sus productos a sus vecinos pero no compraban nada alemán ni griego; los escandinavos se entregaban a Dallas subtitulándolo, y los españoles veíamos Cine de Barrio y poca cosa más. Los productores americanos de televisión eran también brillantes fabricando y vendiendo concursos. ¿Quién no ha visto La Ruleta de la Fortuna o El Precio Justo en algún momento en algún lugar del mundo? ¿La creatividad derrota al dinero? Pero las cosas parece que están cambiando. Una nueva y aguerrida generación de creadores europeos está tomando el relevo a las viejas Compañías de Estados Unidos. Y lo hacen desde la creatividad. Pequeños países modernos y vanguardistas como Holanda o Suecia son la cuna de programas como Gran Hermano o Supervivientes, con todas sus secuelas (La isla de los famosos, Loft Story, etc.). De España procede Operación Triunfo, que se ha vendido a medio mundo. Australia propone Popstars, que ha tenido un gran éxito en una decena de países. Y, desde Estados Unidos, han tenido que rendirse a la evidencia: vuelven los “formatos” y es necesario estar en la competición. Además, estos programas de entretenimiento, que generan grandes audiencias, son mucho más baratos que las series de ficción y permiten adaptaciones locales para acercarse a la mentalidad de los televidentes propios. La ventaja de los programas formateados es evidente: las cadenas pueden comprarlos con la tranquilidad de saber que alguien, en otro país, ya se ha arriesgado antes y ha conseguido tener éxito. Las pequeñas productoras se pueden permitir crecer y desarrollarse sin grandes inversiones y sin una enorme capacidad financiera. Los inconvenientes también son claros: la compra masiva de formatos extranjeros coarta la creatividad nacional y uniformiza las cadenas de los países occidentales, que cada vez se parecen más entre ellas. En estos momentos se puede viajar, cambiar de país, y tener la sensación de que uno no se ha movido de casa. Entre las tiendas franquiciadas, las grandes marcas multinacionales y los programas formateados, viajar pierde buena parte de la emoción.

Pierde importancia la figura del presentador La generalización de la compra de formatos ha cambiado también la forma de gestionar la parrilla del Director de Programas. Antes, la gran obsesión de un ejecutivo, cada vez que se planteaba la puesta en marcha de un nuevo programa, era el presentador. Ahora, la preocupación es el concepto. Antes, la pregunta era siempre: ¿quién lo presenta? Ahora se habla de horas semanales de emisión, de resúmenes, de “empapar” la programación, y el presentador queda en segundo plano. Un formato de telerrealidad, por ejemplo, admite hasta dos o tres presentadores distintos. Un formato de concurso eficaz permite que un presentador mediocre lo desarrolle con dignidad y buenos resultados de audiencia. Un último apunte: las bofetadas, ahora, se dan para conseguir comprar, antes que nadie en el país, el mejor formato posible. Las pesadillas son temáticas: el Director de Antena de la competencia ha conseguido, antes que yo, el “formato del año”. Lo ha visto primero. Su programación me arrollará sin que yo pueda hacer absolutamente nada. Es el denominado pánico Gran Hermano, que también se podría llamar Operación Triunfo, Hotel Glamour o Joe Millionaire.

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