Opinión

Reflexiones sobre TVE

Vicente Verdú habla de la pérdida del liderazgo de La Primera de TVE en la última del diario “El País”: TVE Puesto que la televisión es, por excelencia, “la imagen”, resulta inimaginable que el Estado quiera venderla. Solbes sostenía que mediante ese ingreso mejoraría la educación, pero ¿qué mejor educación que la proporcionable por ese medio? Ahora resulta, además, que TVE ha bajado en junio hasta el tercer puesto en la audiencia y que ha perdido incluso la supremacía en los informativos. Con esto se cumplen dos supuestos: aquel que interpreta la decadencia como un subterfugio para liquidarla y otro que responde a la idea de la directora general: “Si se mejoran los contenidos, no me importa perder audiencia”. El resultado, sin embargo, ha venido a ser que sin apenas cambiar nada, la audiencia ha huido. ¿Lo hace porque desea denigrarse más? ¿Lo hace porque no le ofrecen nada importante? De la misma manera que un público malo perjudica a la televisión, la televisión puede perjudicar al público. ¿Qué sucedería, no obstante, si esta interacción se interrumpiera y la audiencia empezara a sentirse dignificada? ¿Qué reacción cabría esperar si los programas fueran realmente interesantes y los espacios de humor dejaran de apoyarse en hombres groseros disfrazados de mujer? ¿Qué pasaría, en fin, si por esta calidad de la televisión pública y una reducida publicidad se exigiera una cuota? ¿Fracaso total? Alguna vez la “España de la cultura” debería empezar a verse. ¿Por qué no verse por televisión? No una España de la cultura para gentes sesudas, sino una España mejor cultivada, de la misma manera que se hacen planes para regadíos o plantas de potabilización. No sólo, como dice Peces Barba, la Ley de Universidades es “infumable”, también la televisión sin intervención es intragable. Será preferible, por tanto, una televisión más nutricia aunque no alcance la cima del ranking, porque si el Estado no promueve una imagen ejemplar se queda en casi nada. Por el contrario, una pantalla activada a favor de la moral pública, el conocimiento, el humor inteligente y el buen gusto, debe aumentar el valor/país. De no intentarlo se perdería una excelente oportunidad, pero si se fracasara también habríamos aprendido mucho, en vistas al exilio. Manuel Martín Ferrand escribe en el diario ABC lo siguiente: EL FINAL DE LA TV PÚBLICA La muy risible Carmen Caffarel, uno de los nombres que evidenciará el fracaso de José Luis Rodríguez Zapatero como head-hunter, se desmelena para justificar con «la herencia recibida» el derrumbe de las audiencias en TVE. No seré yo quien defienda la muy torpe política aznarí en el territorio de la información y, de hecho, Caffarel se ha encontrado una máquina audiovisual peor engrasada y más frágil que la que recibió Mónica Ridruejo, la primera de los cinco directores generales de los que el PP, que tampoco brilla mucho en su función de cazatalentos, se ha servido en sus ocho años de Gobierno. Algo habrá puesto ella de su parte para precipitar la catástrofe que, aun teniendo la exclusiva de la Eurocopa, ha colocado a TVE por detrás de Telecinco y Antena 3. Aparte de consideraciones de orden político y profesional que le caben al caso, hay que estudiar el fenómeno con cierta atención. La decadencia de TVE, y especialmente de sus telediarios, toma causa de un mal entendimiento del medio. El efecto concuerda con las razones que lo producen; pero lo que escapa de la normalidad, es el vértigo con que se ha producido. La inercia de las audiencias, muy fidelizadas a La Primera, se ha roto en sólo un par de meses y eso, para quienes llevamos décadas en el estudio de lo audiovisual, en España y en el mundo, constituye una verdadera rareza. En estos últimos meses, en curiosa coincidencia, han perdido cuota de pantalla todas las televisiones autonómicas y, muy especialmente, TV3, la que mangonea el tripartito catalán, y Telemadrid, el consuelo del PP. Sus curvas en declive, desde supuestos políticos distintos y con propuestas programáticas diferenciadas, son parejas. Mientras, por ejemplo, TVE/PSOE ha llevado al ridículo el contenido de la trascendente segunda edición de su telediario, Telemadrid/PP ha enriquecido notablemente en contenidos informativos su espacio equivalente. El uno y el otro caen en picado sin diferencias entre dos opciones tan distintas. Los hechos nos invitan a pensar en una suerte de fatiga de los materiales. El modelo de televisión pública hoy vigente en España, sin ninguna diferencia profunda entre las ofertas nacionales y las autonómicas, ya no da mas de sí. Se ha agotado. Ha perdido su credibilidad y los espectadores van perdiendo su costumbre, más que por el disgusto ante lo que se les ofrece desde ellas, en razón de la desconfianza. Es lo que José de las Casas, el primer gran teórico -y hábil práctico- de la información televisual en España, llamaba la ira del espectador sentado. Algo que nunca se manifiesta con instantaneidad, pero que va minando los niveles de adhesión de un receptor hacia los estímulos que recibe de un emisor. Si es así, como sospecho, nos acercamos al fin de una era de dominio de las televisiones públicas. Un fenómeno que, por cierto, no nos hará llorar.

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