Nueva temporada

Sardá quiere volver a Telecinco con un programa semanal

Donde dijo digo, digo Diego. Javier Sardá parece haber cambiado de opinión respecto a lo de que “nunca más pisaré un plató de TV como protagonista” y ya se está pensando el hacer un espacio semanal, por supuesto en Telecinco, donde ya no habrá tercera temporada de “Dutifrí”, según se venía rumoreando y confirma hoy el diario La Razón.

La única condición que pone es que sus otros tres mosqueteros: Jorge Salvador, Carlos Latre y Boris Izaguirre, estén junto a él en el proyecto.

El popular showman ya dejó entrever su intención de volver a la carga con un nuevo programa semanal en la entrevista que concedió recientemente al Magazine de El Mundo, en la que acababa de rodar su último “Dutifrí”.

Sin embargo, prometía volver para hacer “un programa semanal, y llevarse a alguno de sus más fieles (y escandalosos), Boris Izaguirre y Carlos Latre por encima de todo, porque juntos, además de arrastrar audiencias (al 30% llegó ”Crónicas Marcianas“), lo pasan estupendamente”.

“Era un programa muy bien hecho, por todo el equipo, al margen de lo que te parezca la temática, en la que cabía todo. Estoy muy orgulloso. Era una fiesta diaria entre el plató y el público espectador. Lo que te apetecía era decir a la crítica: 'Por favor, ¿quieren no molestar? ¿No ven que estamos de fiesta?'”.

A continuación, reproducimos de nuevo la entrevista a Javier Sardá que publicó El Magazine. Javier Sardá, que protagoniza semanalmente en Telecinco el programa de viajes “Dutifrí”, acaba de escribir su primera novela, “Eros, Thanatos y su puta madre” (Ed.Planeta).

“Ha escrito su primera novela y anda muerto de pudor (¡él!). Titulada 'Eros, Thanatos y su puta madre', es su protesta sarcástica contra la muerte. Sardá perdió a su madre con 9 años y a su padre, con 19; además, ha visto fallecer a su hermano y a unos cuantos amigos. Así que, agnóstico radical, la existencia le cabrea. Menos mal que se ha casado y, a los 50, vive plácido en el campo viendo crecer a sus hijas.

P.¿Tuvieron que convencerle para escribir y publicar esta novela?

R.Noooo, en absoluto: esto es lo contrario a una novela de encargo. Cuando estudié periodismo, imaginaba que era para escribir, pero cuando trabajas en radio o en televisión no escribes nada, porque los programas son un pozo sin fondo adonde va todo lo que se te ocurre. Entonces, al descansar un año, casi sin darme cuenta volví a escribir; me salió esta historia y se la ofrecí a la editorial (Planeta). Ahora tengo mucho pudor, porque he metido mucho de mi vida, de mis inquietudes: es un striptease intelectual barato.

P. ¿Barato?

R. Sí, yo soy intelectualmente barato [nos reímos]. No, no; me gustan las cosas baratas. No es alta literatura, es un cachondeíto, pero lo importante es que no es relativo a los medios, sino algo inesperado.

P. Dice que es la primera y última, ¿un aviso a editores o un ardid para que el público se apresure a leerle?

R. Es un ejercicio de objetividad literaria: es mejor para todos que sea la última [gran risa].

P. Y ¿cómo es que le da vergüenza, usted tiene vergüenza?

R. Porque no tengo, que si no me daría muchísima. Es extraño este pudor literario, sí, después de haberme exhibido tanto en los medios. Sobre todo espero que no me lean los escritores.

P. Se hace en el epílogo una autocrítica tan dura, dice, como la que espera. Pero ¿en el fondo no espera un gran éxito, como le sucedió con Crónicas marcianas, el programa más atacado pero más visto en su día?

R. No, no digo que espere una mala crítica, pero, por si alguien quiere ser destructivo, ya lo he sido yo conmigo mismo, y además me ha gustado mucho serlo: me gustan mucho las malas críticas. Y ojalá mi novela tuviera el nivel de Crónicas. Lo que quisiera es que la gente se lo pase bien leyéndola . Yo lo que leo es Historia, en inglés, porque soy muy pedante, y sólo leo novelas cuando son cortas: el elogio máximo a mi novela es que es corta, y heterodoxa. No se corresponde con mi imagen. Es cómica y también trágica. Y por momentos, seria.

P. Sardá, la fama puede llegar a trastornar, ahí tenemos el ejemplo de las hermanas de Letizia y tantos otros, ¿a usted no le ha movido ni un pelo?

R. No lo sabemos, no puedo saber cómo sería ahora sin fama. Lo que sí sé es que hubiera preferido ser rico sin ser famoso. La fama no me gusta, pero ya no soy consciente de ella, vivo en una casita en el campo y me olvido de que la gente me mira. Cruza por delante un coche fúnebre seguido de larga comitiva, y él: “Momento irrepetible, insólito. Además me han mirado, me han visto desde algunos coches. Y la abuela: ‘Estaba el Sardá’. ‘Abuela, no diga tonterías, abueeela’. ‘Estaba el Sardá allí sentado con una chica [voz de abuela]’”. Nos reímos, de la broma y del trago. “El de las hermanas de Letizia es un asunto interesantísimo. Yo creo que nada de lo que ha ocurrido en esa familia es psicológicamente inocente. Lo fraterno es muy freudiano, ¿quién sabe si yendo contra los paparazzi está quejándose de lo que hizo su hermana, o de lo que le sucedió a la otra? ¿De qué nos sentimos culpables todos?”.

P. Por cierto que la novela parece un tratado de psicología emocional y amatoria, ¿qué le preocupa de sí mismo?, o ¿cuál es su mayor miedo psíquico?

R. El miedo a la enfermedad, sobre todo la psiquiátrica: que la complicadísima química del cerebro se vea alterada por ausencia o exceso de determinada sustancia y te lleve al espanto. Y miedo a la muerte, claro, a la finitud de las cosas: aquí estoy, juego pero protesto enérgicamente, de ahí el título de la novela. Me gustaría mucho creer en un mundo superior, como Rouco Varela, pero no me sale, y los esoterismos particulares me parecen agotadores. No, no, si he de creer en algo que sea el McDonald’s de la espiritualidad, o sea el Vaticano. Por tanto no tengo ninguna fe: no digo que Dios no exista, sino que no creo en él, como mantiene Ciorán, lo que aún es peor.

P. ¿Ha sufrido esos amores patológicos a los que tanto teme su personaje femenino?

R. Sí, he sido obsesivo con algunos amores. He sentido la pasión más desbordada, que es muy devastadora.

P. ¿Con la persona no indicada, amor puramente tóxico?

R. El no indicado, mayoritariamente, he sido yo. Kierkegaard decía: pierde más quien pierde su pasión que quien se pierde por ella. Una frase muy bonita, pero, ¿y el día a día?

P. Eso, ¿cómo es hoy su estado afectivo y emocional?

R. De calma, mucha estabilidad y amor. Lo de casarse está muy bien [se casó por primera vez hace dos años y medio]. Todo el mundo busca la locura, que le ocurran cosas; pero yo ahora mismo, no.

P. ¿Amar a alguien es un modo de morirse o de escapar a la muerte?, ¿cómo interpreta la relación entre Eros y Thanatos?

R. El orgasmo tiene algo de pequeña muerte, sí; y a veces me ha parecido la mayor burla que se le puede hacer a la muerte, pero da igual: ella tiene paciencia y te da una vida de ventaja. Todo está interrelacionado, amor y muerte son en cierta forma lo mismo. Dentro de la gama de muertes, la de alguien que ha sido tu pareja es muy dolorosa, y también por ésa he pasado. Pero ahora voy a los entierros como antes veía que iban los mayores, hablando de otros asuntos; ya no me quedo descoyuntado, aunque sienta dolor por la pérdida: a todo se habitúa uno. Y cuando hago sexo no pienso en la muerte, pero se puede hacer, sí [ríe].

P. ¿Es usted un perverso sexual?

R. Sí, claro. Pero qué es la sexualidad humana sino imaginación: hemos superado el celo con la cabeza.

P. Le hago una pregunta que se hace en la novela: ¿cómo prepararía su última fornicación si fuera consciente de que no habrá más en su vida o la vida del otro?

R. Suponiendo que me diera igual morir, prepararía un polvo de muerte.

P. Sardá, ¿esto de tomarse la muerte a cachondeo qué es, una terapia personal?

R. Sí, sí, claro: toda mi vida es un sarcasmo de perdedor ante la gran idea que aturde al ser humano. Para vivir cada día e interesarte por las pequeñas cosas es necesaria cierta ingenuidad. Desde muy pequeño tengo la conciencia del abismo y el paso del tiempo, porque he visto que la gente se moría: el sarcasmo es una forma de asumir la derrota. A mí me gustaría tener fe, ser más cándido y no haberme percatado tan pronto del fin.

P. Y lo de vivir eternamente mientras alguien te recuerde, ¿qué es, una faena o un consuelo frente a la muerte de otros?

R. Yo no creo en la reencarnación, ni en fantasmas ni en espíritus. No creo en nada, pero sí creo que nuestros padres nos enseñan a ver el mundo, y en la forma en que miro ese árbol está mi padre. Hay una herencia de los que vivieron antes y éste es el misterio más inquietante: los notas en ti, los recuerdas.

P. ¿Sueña con frecuencia con sus muertos?

R. Sí, al ser tantos, algún día u otro caen. Hay un sueño especialmente espantoso que sólo me sucede con mi padre: le dan un rato de permiso por la tarde y me dejan ir a verlo, y yo le digo al vigilante: “Pero, hombre, qué le costaría dejármelo llevar, total...”. Pero no, no puede ser. Es angustioso.

P. ¿Cómo los ve, tal cual los recuerda?

R. Sí, claro. Mi madre murió con 46 años, más joven que yo ahora, y eso es muy inquietante. Apenas recuerdo de ella que tenía un carácter muy fuerte. No tuve ninguna autocompasión, porque los niños no la tienen. Noté más su falta en la adolescencia.

P. ¿Está de acuerdo con el esquema freudiano al que alude; o sea, a usted le marcó aún más la muerte del padre?

R. A mí me marcó mucho más porque tenía 19 años. Entonces fue un desastre.

P. Y siendo padre, ¿no se imagina mucho más terrorífica la muerte de su hija?

R. Claro, sería dantesco, pero no hay muerte que no lo sea, y terminas por soportarlo: no tienes derecho a protestar por ello, formas parte de un proceso que es aleatorio, es así de bestia. Vete a saber a quién acaban de enterrar ahí. ¿Sabías que hay chóferes de funeraria que no quieren venir al cementerio tal día como hoy, lunes? Porque se entierra a los jovencitos del fin de semana, carreteras y demás.

P. ¿Al azar también le tiene miedo?

R. Claro, a lo aleatorio, al sinsentido, al absurdo. Soy totalmente existencialista: el vértigo, la nada, la náusea: es lo que hay

P. ¿Quién se hizo cargo de usted con 19 años?

R. Tenía media carrera hecha y trabajaba.

P. ¿Se autofinanció los estudios?

R. Sí, y cuando necesité algo me ayudaron mis hermanos. Siempre hemos estado unidísimos, somos como los Dalton, nos hacemos reír mucho, algo fantástico.

P. ¿En qué situación quedaron los hermanos?

R. Ellos tres ya eran mayores, pero yo me quedé con una mano delante y otra detrás, y el piso con el alquiler por pagar, pero entre todos nos ayudamos. No, la herencia no fue... Desde este punto de vista también protesto [se ríe fuerte]. He tenido una enorme suerte profesional y mucha desgracia familiar. Muchas veces estoy viendo una película y por la mitad ya digo: “Bah, si a mí me ha pasado mucho más...”.

P. Sardá, ¿y cuando un hermano próximo se muere, no es como si perdieras un trozo de alter ego?

R. Es brutal, te mueres mucho. Es como si te diesen un tiempo de vacaciones, porque piensas que a partir de entonces lo que te queda a ti antes de morir es una temporada. Mira, otro [otro coche fúnebre]. Cuando bajan ya van vacíos, ¿no? [risotada de pánico]. La madre que me parió.

P. Vio además morir a numerosos coetáneos y colegas, ¿la plaga generacional?, ¿drogas y VIH?

R. Mi hermano, sí, murió de VIH. Los otros, no, muchos amigos se me han muerto de cáncer y en accidentes.

P. ¿Y usted se mantuvo siempre a salvo de la plaga?

R. Yo he vivido momentos muy dionisiacos, pero siempre me ha podido la responsabilidad. Empecé a trabajar muy joven.

P. Por cierto, Sardá ¿qué ha sido del señor Casamajó, cómo le va, o es que acaso también ha muerto?

R. No [y lo revive: “Hombre, señor Casamajó, ¿cómo estamos?”. “Mal”. “¿Y por qué?”. “Sólo sexo”). El señor Casamajó es eterno.

P. Oiga, y usted en su vida real, fuera de platós y micrófonos, ¿es igualmente surreal?

R. Es que no se puede ser trascendente ni más serio de lo que tu condición humana te permite: hay que quitarle hierro a todo. Con toda esta carga existencial, cuando ves a un pijo creyéndose importante te mondas de risa.

P. Se le han acabado los viajes del Dutifri, ¿y ahora qué?

R. Ahora viene el verano y tengo mil ocupaciones, me gustan tantas cosas... Jamás me he aburrido. Tengo un trozo de tierra y tres hijas, una mía y dos de mi mujer, que ya se están haciendo chicas, con lo que nosotros somos ya como dos viejos.

Etiquetas
stats