Polémica

Los concursantes de realities son 'trabajadores' con derechos

Competir en un reality show es equivalente a tener un trabajo. Así lo establece una sentencia del Tribunal Supremo francés que da la razón a 170 ex concursantes de formatos de telerrealidad que reclamaban sus derechos laborales a TF1.

La cadena francesa no está de acuerdo con esta resolución judicial. “La figura posmoderna del concursante carece de legitimidad laboral en cuanto se dedica a tomar el sol y holgazanear”, argumenta un directivo.

A continuación reproducimos por su interés el artículo de Rubén Amón para el diario El Mundo:

“El abogado Jérémie Assous había logrado hacerse con una clientela de 170 concursantes malheridos. Les emparentaba el propósito de reclamar ante la cadena francesa TF1 su condición de verdaderos trabajadores.

Y, por la misma razón, exigieron a la emisora una indemnización individual de 16.000 euros porque se habrían vulnerado sus derechos laborales. No libraron durante la emisión de los respectivos realities ni tampoco cobraron las horas extras. Ni mucho menos tuvieron libertad de movimientos.

El Tribunal Supremo les ha otorgado la razón. Concursar en el reality francés La isla de la tentación y en los espacios similares equivale a trabajar, aunque la corte no considera pertinentes las indemnizaciones.

Sobre todo porque no se ha probado que TF1 hubiera tenido la menor intencionalidad en discutir las normas laborales. Se desprendía que los concursantes aceptaban las reglas de juego de la transmisión. Pero ya no puede desprenderse nada.

Un polémico precedente judicial

A partir de ahora, los realities tendrán que atenerse al precedente judicial. Es decir, que ningún espacio podrá someter a un concursante a 24 horas de trabajo consecutivas, ni cuestionarle los días libres ni tampoco las vacaciones.

Cualquier exceso deberá pagarse a parte o pactarse, de modo que TF1 y otras cadenas privadas que fomentan los shows exóticos podrían plantearse seriamente la continuidad misma del formato. Dicho de otra manera: tener expuesto a un tipo durante un día entero delante de una cámara o debajo de una palmera implica un caso flagrante de explotación.

Semejante punto de vista irrita al coloso TF1. Sirva como ejemplo las declaraciones desinhibidas del ejecutivo Edouard Boccon-Gibod, para quien la figura posmoderna del concursante carece de legitimidad laboral en cuanto se dedica a “tomar el sol, holgazanear y ligar”.

Es una manera de anticipar el cambio de ruta de la parrilla francesa. Tienen contados los minutos los espacios de telerealidad. A menos que, como pretende Boccon-Gibod, no se cree un estatuto específico del concursante de realities. El fenómeno requeriría un proyecto o una proposición de ley. Es decir, la implicación del Parlamento en el nuevo marco mediático.

“Estamos contentos porque se da la razón a nuestra reivindicación principal: concursar es trabajar. Más aún en las circunstancias hostiles de los realities. Llevamos desde 2003 tratando de que la justicia nos dé la razón. Ahora lo ha hecho de manera categórica”, explicaba el abogado Jérémie Assous después de haberse conocido la sentencia.

La victoria tiene más contenido moral que pecuniario. De hecho, el Supremo francés rectifica las indemnizaciones de 27.000 euros que había establecido la sentencia de primera instancia en febrero de 2008 con arreglo al presunto maltrato laboral de tres concursantes indignados.

Antony, Marie y Arno son los pioneros de esta cruzada televisiva con tintes estajanovistas, aunque su exposición a las tentaciones de la isla sólo se extendió durante 10 días, el tiempo que tardaron en abandonarla, allá por 2001, en la segunda edición de este reality show.

La cantidad incluía 16.000 euros en concepto de “trabajo profesional encubierto”; 8.176 se consideraban contrapartida de las horas extras; 817 se entendían en el capítulo de vacaciones pagadas; 500 se atenían al concepto de perjuicio moral y despido irregular.

Y los 1.500 restantes paliaban a título ejemplar y monetario la “ruptura abusiva de contrato”. Precisamente porque los concursantes en cuestión fueron eliminados.

Así estaba previsto en las reglas del show 'La isla de la tentación', sobrenombre del enclave paradisiaco donde cuatro parejas formales se avenían a separase durante 12 días y someterse a los asaltos de solteros que ponen a prueba su fidelidad.

El “trabajo” bien hecho tiene como premio la gloria de haber resistido a la tentación y el galardón añadido de engrosar la nómina de los famosos de dudosa reputación.

“¿Qué es lo qué hacen los concursantes? Nada. Ser quienes son. No hay esfuerzo intelectual ni físico. Muchas veces están de vacaciones. No son mineros ni funcionarios”, objeta Boccon-Gibod en defensa de la pulcritud con que TF1 dice haber tratado a sus marionetas.“

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