Españolada

La gran parada carpetovetónica

Entrevistado en “Lo más +”, José Manuel Parada lamentaba que algunos críticos hubieran tachado “Cine de barrio” de fascista. ¿Es de veras fascista “Cine de barrio”? (Paréntesis obligado: por cine de barrio muchos entendemos otra cosa, un caudal de placeres en programa doble servidos por sioux, luchadores enmascarados y gladiadores en sandalias; el espacio hubiera merecido otro bautismo: “El Parada de los monstruos”, “Parada nacional” o, dadas las merendolas que se pegan en el plató, “Parada y fonda”). En un mundo ideal, un programa que repasara nuestro pasado fílmico saturado de folklóricas, comedias con boina y gorgoritos de niños y niñas repipis respondería a cierta lógica historiográfica (Fernando Méndez Leite hizo algo parecido años ha, ampliando el abanico genérico); siempre y cuando, claro está, su conductor se calzara la neutralidad objetiva: el estudio del filme emitido y su contexto social. Parada, en cambio, derrocha piropos ditirámbicos a los productos más infectos de nuestro infracine y aún es capaz de emitir juicios sobre la temperatura generacional: en un “Cine de barrio” reciente promocionaba unos vídeos de Marisol animando a los padres a regalarlos a sus retoños si habían aprobado el curso, para que pudieran pasar un verano provechoso y no hicieran “esas cosas” (sic) que hoy hace la juventud. Primer asomo de fascismo (amén de una invitación a suspender exámenes).

Vamos al segundo. Si una exaltación tan exacerbada del cine que Franco quería para los españoles tuviera un pase, por lo de ejercicio sociológico, sería en una televisión que circunscribiera esos productos rancios exclusivamente a un solo espacio, llámese “Cine de barrio” o “Spain is different”, cediendo el resto de su programación semanal a “otros cines”. Lo malo es constatar que lo que antes llamábamos “españolada” inunda las rejillas diarias de TVE. Tomemos al azar el menú cinematográfico de una semana no muy lejana: el lunes nos levantamos con Lola Flores, que repite el miércoles a la misma hora, precedida por Joselito el martes y seguida por López Vázquez el jueves y Vicente Parra el viernes. ¿Es ésta la manera de combatir la colonización yanqui? Para nada. Es un alarmante signo de involución, quizás una estrategia del poder para lavar cerebros y lograr que hablemos, pensemos, actuemos como Paco Martínez Soria, el paradigma de, ojo al parche, la “sabiduría popular”.

¿Y cómo andan las cosas en la pantalla grande? Algo mejor, pero con sus más y sus menos. El revisionismo ha dado obras brillantes de la mano de La Cuadrilla (“Justino, un asesino de la tercera edad”, inspiradísima evocación de la comedia negra a lo Ferreri), Álex de la Iglesia (“Muertos de risa”, sardónica radiografía de la televisión “chiripitifláutica”) o, esta misma temporada, Pablo Berger (“Torremolinos 73”, otra disección de nuestro pasado empapada de veneno), cineastas que han sabido reciclar su educación sentimental en vehículos donde la nostalgia no ostenta valor retrógrado. A Santiago Segura hay que darle de comer aparte: si para Trueba, Billy Wilder es Dios, para Segura lo es Tony Leblanc, astro de la farsa ibérica renacido en las dos entregas del zarrapastroso Torrente, ebrias del pretérito picaresco pero, por fortuna, redimidas de cualquier sentimiento nostálgico gracias a un acto de creación verdaderamente moderno.

Por el contrario, “El oro de Moscú”, de Jesús Bonilla, reverdece un trasnochado ozorismo y “Eres mi héroe”, de Alfonso Cuadri, revisita los setenta proponiendo una crónica de iniciación en la que Mocedades (grupo también invocado en “Torremolinos 73”) ejerce el papel de icono de una España que parece el lugar idílico que nunca debimos abandonar. Es la misma sensación que desprende “Cuéntame”, la exitosa serie de la televisión de Aznar (o de Parada). ¿De verdad queremos volver allí? ¿Han reparado en que el director de “Cuéntame”, Tito Fernández, es el mismo de “Sor Ye-yé”, “Cateto a babor” y “No desearás al vecino del quinto”? La parada carpetovetónica hoy reluce como en sus mejores tiempos, cara al sol.

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