Opinión

La televisión comercial en abierto: Democrática y mediocre

La televisión comercial es el único servicio gratuito para su consumidor final, el espectador, y en ese sentido conlleva ciertas distorsiones sobre lo que sería la teoría ortodoxa pura de la oferta y la demanda.

De acuerdo que el espectador paga al final por estos servicios televisivos en el incremento en coste de los productos anunciados, pero en el momento de ver un programa y no otro no creo que, ni siquiera en su subconsciente, el televidente esté pensando en el mayor coste que esto supone al coche que aparece en el bloque publicitario.

Es por lo tanto, un mercado al menos diferente en cuanto una cadena de televisión debe ofertar dos tipos de servicios. En primer lugar ofrece espacios publicitarios a los anunciantes que le generan ingresos y donde se cumplen, en términos generales, las leyes de la oferta y la demanda, puesto que el anunciante paga en función de los espectadores que ven su publicidad. En segundo lugar ofrece una programación gratuita a sus espectadores de la cual depende la demanda de los anunciantes.

Si bien la demanda de los anunciantes se puede sofisticar en términos de perfiles sociales de potenciales compradores, a nuestros efectos se puede simplificar estableciendo que su demanda, o el precio que los anunciantes están dispuestos a pagar a la cadena, está en función del volumen de espectadores. Aquí estriba el primer problema, puesto que no existe una demanda específica para un programa en concreto.

El poder de las mayorías

La televisión comercial simplemente ofrece a los espectadores programas por los cuales no van a pagar y que no van a saber diferenciar en términos de coste entre una película de reciente estreno de muy alto precio para el emisor o una tertulia de la prensa amarilla con un coste inferior.

El emisor puede esperar que la audiencia de un producto caro sea superior y por lo tanto obtener mayores ingresos publicitarios, aunque este no sea necesariamente el caso. Lo que si debe tener claro el emisor es que debe maximizar su audiencia y, puesto que no existe un coste económico para el espectador, la programación se efectuará con criterios absolutamente democráticos: la mayoría de espectadores será la que defina los programas que quiere ver.

En esto se parece a los partidos políticos, donde deben situarse en el centro. Sin embargo en términos de programas de televisión este “centro”puede transformarse en mediocridad o en la emisión de programas que nadie en específico quiera ver pero que por otro lado nadie rechace.

Ahondaremos más en este comentario en nuestro próximo artículo donde aplicaremos viejos juegos de teoría económica como el de los chiringos de la playa o el dilema del prisionero para comprobar, al menos en un ejercicio pseudo-teórico, las razones por las cuales la televisión en abierto tiende a la mediocridad.

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