Crítica La Razón

El javiersardismo

Pepe Navarro estaba ya tan pasado de vueltas en el 97 que bailaba y cantaba con Mario Conde en Antena 3. Su final como emperador de la noche tenía que llegar. Javier Sardá, el que hoy anuncia su retirada, momentánea o no, desembarcaba como la gran esperanza blanca. Algún profeta aficionado decía que ya estaba bien de personajes ordinarios y de juicios paralelos. Juanjo Millás llegó a establecer una correspondencia entre Sardá y Navarro con las dos Españas. Por supuesto, el escritor aseguraba que los del PP seguían a Navarro (por entonces en la Antena 3 de Asensio) mientras que los intelectuales de izquierdas se decantaban por Sardá. Años más tarde, llegó nada menos que Joaquín Sabina para decir que «Crónicas Marcianas» era «mierda empaquetada». No es para tanto. Pero es verdad que Sardá mintió. Le faltó jurar que sus crónicas iban a ser aún más fascinantes que las de Ray Bradbury. Pasó de travieso a gamberro, de rico a riquísimo. Las audiencias y el poder se le subieron a la cabeza hasta tal punto que salía con una pizarra en la que ponía: 42 por ciento. Era verdad, como la inmensidad de su patológica vanidad. «El programa no buscará la provocación», dijo una vez. Se fue a Marte y nos vendió que sería Gurb, el héroe galáctico de Eduardo Mendoza. Pero enfrentó al Padre Apeles con Aramís Fuster, a Coto Matamoros con Carmen Hornillos, a Cárdenas con los frikis más asquerosamente divertidos de este país... Arrasó con la vida privada de muchos especímenes del zoo nacional, buscó el grito, el insulto, el morbo, utilizó los malos tratos, presuntos o no, de Carmina o de Antonia del Atte, se choteó sin piedad de quien le pareció. Pero lo hizo de maravilla, trabajó como un estibador, con el mejor equipo y con la impagable ayuda de un genio, el desaparecido Joan Ramón Mainat, su gran amigo y creador de la fórmula. Sardá se ganó a la audiencia y se sintió libre. Muchos le envidian en silencio. Él se atrevió a decir una vez en rueda de prensa: «No le cambiaría al Príncipe Felipe ni la vida ni el sueldo». Creó un monstruo preciso y eficaz, un programa que marca una época de la televisión. Han sido casi ocho años de Javiersardismo. ¡Viva Buenafuente!

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