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El final de la escapada

Pablo Iglesias, y la candidata a lehendakari de Elkarrekin Podemos, Miren Gorrotxategi, en un acto de campaña.

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Una imagen vale más que mil palabras. Es el caso de la imagen de Pablo Iglesias con la cabeza de lista de Podemos a las recién celebradas elecciones autonómicas vascas. Un señor que abandonó la política institucional, renunciando a volver a ser candidato en ninguna consulta electoral, reaparece en todas las elecciones como el líder indiscutible del partido por el que no se presenta. La foto ha sido comentada por Aitor Esteban de manera insuperable.

El resultado de una conducta de esta naturaleza no puede ser nada más que el que está siendo de manera reiterada. Desde que Pablo Iglesias se fue sin irse, es imposible que el cuerpo electoral se tome en serio la candidatura de Podemos. Porque es una candidatura fraudulenta. Quien se presenta no manda y quien manda no se presenta. Así no se puede ir a ninguna parte. 

En mi interpretación, la singularidad que caracteriza lo que ha venido ocurriendo en el proceso de intentar articular el espacio político a la izquierda del PSOE –que fue el gran éxito de Podemos a partir de las elecciones europeas de mayo de 2014 y, sobre todo, de las municipales y autonómicas de 2015– ha sido la opción de Pablo Iglesias por el suicidio antes de permitir que en ese espacio puedan ocupar un lugar relevante otros dirigentes de Podemos, como ocurrió señaladamente con Íñigo Errejón, con el tándem Íñigo Errejón/Manuela Carmena en las elecciones municipales de 2019. Ahí es donde empezó todo. De aquellos polvos vienen estos lodos.

A diferencia de Enric Juliana, que sitúa recurrentemente en Magariños el origen del fracaso de la articulación político-electoral de la izquierda no socialista, pienso que la quiebra no se produjo con Yolanda Díaz, sino con Íñigo Errejón. Pablo Iglesias ha repetido con Yolanda Díaz la operación que protagonizó por primera vez con Íñigo Errejón. 

Es algo que no entendí y menos viniendo de una persona, que, en opinión de quien fue su profesor, José María Maravall, había sido un alumno excelente y no podía no conocer el funcionamiento del sistema político español. Un sistema en el que los tres niveles de la fórmula de gobierno, municipal, autonómico y estatal, no operan como vasos comunicantes, sino como compartimentos estancos. El líder estatal de una formación política no se ve amenazado por un dirigente de su partido en la esfera municipal o autonómica. Al contrario. Se beneficia del resultado en los niveles municipales y autonómicos, incluso cuando los triunfos son protagonizados por personas que no son de su propio partido. Ni la alcaldesa de Madrid ni la de Barcelona ni el alcalde de Valencia o de Zaragoza o de A Coruña o de Cádiz en 2015 eran de Podemos y, sin embargo, el liderazgo de Pablo Iglesias creció de manera exorbitante gracias a esas alcaldías del cambio. Ninguno de ellos le hacía sombra. Todo lo contrario.

El ejemplo del PP es el más revelador. Esperanza Aguirre no fue capaz de convertirse en presidenta y quitar de en medio a Mariano Rajoy. E Isabel Ayuso sí ha sido capaz de acabar con Pablo Casado, pero no va a ser presidenta del PP y candidata a la presidencia del Gobierno. No sé explicar por qué es así, pero es así. 

El líder nacional no debe preocuparse de que le vayan a mover la silla desde abajo, sino de que los de abajo lo hagan lo mejor posible y ocupen el máximo espacio. Solo él puede rentabilizarlo a nivel estatal.

Si hace lo contrario, y se preocupa por debilitar al que está debajo, acaba destruyendo los cimientos de su propia formación política. Es lo que le ha ocurrido a Podemos. Pablo Iglesias se vio obligado a abandonar la vicepresidencia del Gobierno y presentarse a las elecciones autonómicas de Madrid con la finalidad de evitar que Podemos pasara a ser un partido extraparlamentario. Lo evitó en esa elección, pero no en la siguiente. 

Y en ese momento entran Yolanda Díaz y Sumar. Con el precedente de Íñigo Errejón y Más Madrid, era evidente que Yolanda Díaz no podía aceptar que Sumar se convirtiera en una sucursal de Podemos y que la autoridad del proceso de articulación de la izquierda la mantuviera Pablo Iglesias. Sin autonomía para liderar no se puede hacer nada. 

Pablo Iglesias no lo entendió así y optó por la contumacia en el error. Se negó a estar presente en el acto fundacional de Sumar en Magariños, pero tuvo que refugiarse en las candidaturas de Sumar en las elecciones de 2023 para no ser un partido extraparlamentario. No ha dejado, sin embargo, de seguir empeñado en debilitar a Sumar, atraído por el espejismo de 2014/2015.  

Lo está consiguiendo, pero culminando su operación suicida. Las siglas Podemos por sí solas no son nada. Se ha visto en Galicia y en el País Vasco. Pienso que lo vamos a volver a ver en las europeas. 

El final de la escapada está próximo.  

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